(Fragmento de enero 31, Puerto Antonio)
El cielo está sudoroso de estrellas.
No he titubeado sobre el picaporte de la puerta de Clara. Nos hemos
esperado lo suficiente para ser conscientes de nuestro deseo.
Mis deseos se impacientan sobre un botón de nácar, que parece haberse
hinchado en el apretón del ojal. Clara sustituye mi mano inhábil con la suya.
Hay una leve angustia en su risa:
- Así no, sonso.
***
Cautelosamente escurro mi brazo, que su cuerpo oprime, y me acodo para
verla dormir.
El mazo de su cabellera pesada cae nublándole el pecho. La molicie de su
cuerpo, ya íntimo, se desvahe entre los hilos blancos. En su frente está una
gran quietud irreprochable. Sus cejas, de gesto largo, descánsanle los ojos,
cuyas tupidas pestañas se enredan adumbradas. La nariz se afina de emociones
latentes. La boca reposa, entreabierta, sobre el brillo húmedo de los dientes.
Pienso:
Hablar a un hombre de amor es aceptarlo. Llorar por él es quererlo.
Amarlo es vivirlo. Dormirse en sus brazos es dejarle el alma despoyada de
toda expresión pasajera.
Ricardo Güiraldes
(Argentino fallecido en Francia, 1886-1927).
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