"Entre sus pintados labios aparecía la nacarada línea de los dientes. (...) Mireya había bebido un soporífero."
(Fragmentos del capítulo II)
Colocó el cubrecama por encima de las piernas de su mujer. Los ojos de Mireya no cesaban de mirarle. Unos ojos de repente angustiados, en el fondo de los cuales se adivinaba la oscura elaboración de un pensamiento a punto de desfallecer.
- ¡Fernando!
- ¿Qué más quieres? Descansa de una vez.
- … el vaso…
No valía la pena mentir. Ravinel quiso apartarse de la cama. Los ojos le seguían implorantes.
- ¡Duerme! -exclamó.
Los párpados de Mireya se movieron una vez, dos veces. No se vislumbraba más que un minúsculo punto de claridad en el centro de las pupilas, luego aquel brillo se apagó y los ojos se cerraron lentamente. Ravinel se pasó la mano por el rostro, con un ademán brusco, como un hombre que siente sobre la piel una telaraña. Mireya ya no se movía. Entre sus pintados labios aparecía la nacarada línea de los dientes.
Ravinel salió del dormitorio y avanzó a tientas por el vestíbulo. La cabeza le vacilaba un poco y tenía pegada a la retina la imagen de los ojos de Mireya, una imagen amarilla, tan pronto brillante como confusa, que se colocaba ante él en todas partes, como una mariposa de pesadilla.
(...)
Luciana ni se molestó en contestar, pero a manera de desafío abrió al máximo el grifo del agua fría, luego el del agua caliente. Después volvió al dormitorio. El agua subía lentamente en la bañera, un agua un poco verde, atravesada por burbujas, y un vaho ligero se formaba por encima de la superficie, se condensaba en gotitas bien redondas, apretadas las unas junto a las otras sobre las paredes de esmalte blanco, sobre la pared y hasta el estante de vidrio del lavabo. El espejo, empañado, sólo mostraba a Ravinel una silueta confusa, irreconocible. Tocó el agua, como si se hubiese tratado de un verdadero baño y, de repente, se enderezó, mientras las sienes le latían con fuerza. Una vez más, la verdad acababa de golpearle, pues era un verdadero golpe. Un golpe y al mismo tiempo una iluminación. Comprendía lo que estaba haciendo y temblaba de pies a cabeza… Afortunadamente, esta impresión no duró. Muy pronto dejó de comprender que él, Ravinel, era culpable. Mireya había bebido un soporífero. Una bañera se llenaba. Nada de esto se parecía a un crimen. Nada de esto era terrible. Había echado agua en un vaso, llevado a su mujer hasta la cama… Ademanes de todos los días. Mireya moriría, por así decir, por su propia culpa, como de una enfermedad contraída a causa de una imprudencia. No había ningún responsable. Nadie odiaba a aquella pobre Mireya. Era demasiado insignificante... Y sin embargo, cuando Ravinel hubo regresado al dormitorio… Era una especie de sueño absurdo. Ya no estaba muy seguro de si no soñaba. No. No soñaba. El agua caía pesadamente en la bañera. El cuerpo seguía allí sobre la cama, y en la chimenea había un zapato de mujer. Luciana registraba tranquilamente el bolso de Mireya.
Pierre Boileau (Francia, 1906-1989).
Thomas Narcejac (Francia, 1908-1998).
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