jueves, 2 de mayo de 2024

Mirándolas dormir: EL ESCLAVO, de Isaac Bashevis Singer

"Entonces la distinguió en la oscuridad: dormía sobre la paja con los pechos descubiertos, medio desnuda."

(
Fragmento del capítulo VII)
2.

Jacob entró de noche en el pueblo, por los campos y pastizales que se exten- dían detrás de las chozas. La luna se había ocultado ya, pero había claridad suficiente para distinguir cada casa y cada granero. También se veía la montaña en que había pasado cinco veranos, y constantemente levantaba la mirada hacia ella. Aquellos años se le antojaban un sueño, un milagro lejano, un interludio provocado por artes de hechicería. Gracias a Dios, los perros dormían. A Jacob ya no le pesaban los pies, sus pasos eran ligeros como los de un fauno, y su cuerpo, ingrávido por falta de alimento. Echó a correr por la pendiente hacia la cabaña de Jan Bzik, sin más deseo que encontrar a Wanda. ¿Estaría en la casa? ¿En el granero quizá? ¿Se habría ido a casa de Antek? Pensó en su propia vida, y se sintió admirado de cuanto le había ocurrido. Lo habían esclavizado, habían aniquilado a su familia, y ahora, disfrazado de campesino, iba en busca de su amada. Parecía una de aquellas baladas que cantaban sus hermanas cuando su padre no estaba en casa, pues en su presencia no se atrevían, ya que sabían que él consideraba lasciva la voz femenina.

Jacob se detuvo y trató de recobrar el aliento. Allí estaba la cabaña dejan Bzik. Le temblaban las piernas. Distinguía todos los detalles: el techado de paja, las ventanas, el granero, hasta el tronco en que partía la leña. La perrera parecía vacía. Se acercó sigilosamente al granero y percibió un olor familiar. ¿Se encontraría Wanda allí dentro? ¿Podía confiar en que no se pusiera a gritar, despertando así a todo el pueblo? Recordó la señal que habían convenido durante los meses en que él temía que Antek o Stefan lo atacaran: tres golpes, dos fuertes y uno suave. Hizo la señal. No hubo respuesta. Hasta aquel momento no había comprendido lo peligroso de su empresa. ¿Y si lo descubrían? Tal vez lo mataran por ladrón. Y aunque encontrase a Wanda, ¿adónde irían? Aquella aventura lo exponía a un peligro constante. Los cristianos quemaban a los gentiles que se convertían en judíos. Y tampoco los judíos aceptarían a la conversa. Aún estaba a tiempo de retroceder. Lo ahogaba la angustia ¿Adónde lo había conducido la pasión? Lentamente, empujó la puerta del granero, mientras se defendía pensando: «Ya no soy responsable de mis actos». Oyó una respiración. Allí estaba Wanda. Con las manos preparadas para taparle la boca si gritaba, se acercó a ella. Entonces la distinguió en la oscuridad: dormía sobre la paja, con los pechos descubiertos, medio desnuda. Él recordó la historia de Rut y Booz. Estaba despierto y, no obstante, soñaba. Dejó el saco en el suelo.

- Wanda.

Cesó la respiración.

- Wanda, no grites. Soy yo, Jacob… -no acabó la frase. Le resultaba imposible hablar.

- ¿Quién es? -suspiró ella.

- Jacob. No grites.

Gracias a Dios, no gritó; pero se incorporó bruscamente, como el que delira de fiebre.

- ¿Quién es? -repitió, sin comprender.

- Jacob. He venido a buscarte. No grites.

Sin embargo, gritó. Jacob se estremeció al oírla y pensó que los de la casa debían de haberla oído. Se echó sobre ella y, forcejeando en la oscuridad, consiguió taparle la boca. Wanda se desasió y se puso en pie. Jacob volvió a sujetarla, mientras miraba hacia la puerta, esperando ver aparecer por ella a los campesinos.

- Quieta -le dijo, jadeando-. Me mataran. Vengo a buscarte. No conseguía borrarte de mi pensamiento.

Sin darse cuenta de lo que hacía, la abrazaba con fuerza. Quedarse allí representaba un peligro. El granero era una trampa. Jacob sudaba y respiraba entrecortadamente. El corazón le latía con fuerza.

- Tenemos que marcharnos de aquí mientras aún sea de noche -susurró.

Ella ya no se debatía, sino que se abrazaba a él, tiritando como si fuese invierno.

- ¿Eres tú de verdad? —-a oyó murmurar.

- Sí, soy yo. Rápido, vámonos.

- Jacob, Jacob.

El grito debió de pasar inadvertido, ya que no acudió nadie.

Isaac Bashevis Singer
(Judío nacido en Polonia y fallecido en Estados Unidos, 1902-1991).
Obtuvo el premio Nobel en 1978.

(Traducido al español por Ana María de la Fuente).

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