viernes, 26 de enero de 2024

Mirándolas dormir: EL DIABLO MUNDO, de José de Espronceda

"... una mujer dormida sobre un lecho riquísimo allí está, los brazos fuera; palpítale desnudo el blanco pecho, vaga suelta su cabellera negra..."

(
Fragmento del canto VI)

Bella como la luz de la serena 
tarde que a la ilusión de amor convida, 
el alma acaso de amarguras llena, 
hermosa en el verano de la vida, 
una mujer dormida sobre un lecho 
riquísimo allí está, los brazos fuera; 
palpítale desnudo el blanco pecho, 
vaga suelta su negra cabellera; 
la almohada a un lado, la cabeza hermosa 
en un escorzo lánguida caída, 
turbios ensueños a su frente ansiosa 
vuelan tal vez desde su alma herida. 
Una velada lámpara destella 
su tibia luz en rayos adormidos. 
En desorden brillando en torno de ella 
mil lujosos adornos esparcidos, 
aquí un vestido de francesa blonda, 
la piocha allí de espléndidos brillantes, 
la diadema de piedras de Golconda, 
sobre el sofá los aromados guantes; 
de flores ya marchita la guirlanda, 
allí sortijas de oro y pedrería, 
arrojada en la alfombra rica banda 
bordada de vistosa argentería. 
Bandas, sortijas, trajes, guantes, flores, 
no os quejéis si os arroja con desdén. 
¡El placer, la esperanza y los amores 
ella arrojó del corazón también! 
¡Ay!, que los años de la edad primera 
pasaron luego y la ilusión voló, 
y al partirse dejó la primavera 
al sol de julio que agostó la flor. 
Y al alma sólo le quedó un deseo 
y un sueño le quedó a su fantasía, 
loco afán y engañoso devaneo 
que en vano en este mundo hallar porfía. 
Y el corazón que palpitaba ufano 
henchido de esperanza y de ventura, 
donde placer halló lo busca en vano, 
perdida para siempre su frescura. 
Y en vano en lechos de plumón mullidos, 
en rica estancia de dorado techo, 
se reclinan sus miembros adormidos 
mientras despierto le palpita el pecho. 
Y en él inquieto el corazón se agita, 
y un tropel de deseos y memorias 
su mente a trastornar se precipita 
volando ansiosa tras mentidas glorias. 
Y en vano busca con avaro empeño 
paz para el corazón en sus rigores; 
sus ojos cerrará piadoso el sueño, 
pero no el corazón a sus dolores.

José de Espronceda
(España, 1808-1842).

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