martes, 6 de febrero de 2024

Mirándolas dormir: EL DISCÍPULO, de Paul Bourget

"Me la imaginaba ya cayendo desvanecida entre mis brazos al ardor de mis caricias, dormida..."

(
Fragmento)

Muy a menudo también, y cuando ya no estaba ella delante, pensaba yo que la audacia me sería tanto más fácil tan cuanto más completa fuese. Prometíame entonces estrecharla entre mis brazos y poner mi boca sobre su boca.

Me la imaginaba ya cayendo desvanecida entre mis brazos al ardor de mis caricias, dormida, subyugada por aquella revolución de mi ardor apasionado. ¿Qué sucedería después? A esta idea palpitaba mi corazón de una manera extraña. No era el temor de ser expulsado de allí ignominiosamente lo que me retenía. Más vergonzoso era para mí no atreverme. Y no me atrevía. ¡Cuántas y cuántas veces resoluciones aún más insensatas me han tenido despierto toda la noche! Levantábame de mi lecho, después de muchas horas de agitación que me cubría el cuerpo de sudor frío. «Si ahora fuese yo a su cuarto» me decía a mí mismo, «si yo me colocase a su lado; si ella al despertar se encontrase enlazada conmigo, unidos nuestros labios, juntos nuestros cuerpos…» Llevaba yo el frenesí de este proyecto hasta abrir la puerta de mi cuarto con las precauciones del ladrón, bajaba un tramo de la escalera y daba la vuelta al corredor hasta otra puerta, la de las habitaciones de Carlota. Aquello era arriesgarme a ser sorprendido y expulsado... por nada. Colocaba mi mano sobre el picaporte; el frío del metal abrasaba mis dedos… Después… no me atrevía.

No era solamente el miedo lo que me detenía, no; lo que me paralizaba cerca de la señorita de Jussat, como por influencia magnética, era, ahora lo veo con claridad, aunque sin explicármelo bien, su pureza. Parece absurdo al pronto que el conquistar a una virgen sea más difícil que enamorar a una mujer que ya se ha entregado a otro hombre, y que sabiéndolo todo, puede defenderse más fácilmente. Y, sin embargo, así sucede. Al menos yo he experimentado en mí mismo ese retroceso forzado ante la inocencia.

Paul Bourget (Francia, 1852-1935).

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