De sus pestañas al peso
el ancho párpado
entorna,
lirio que, al
sol que se torna,
se cierra
pidiendo un beso.
Y luego como
fragante
magnolia que
desenvuelve
sus blancas
hojas, revuelve
el tenue encaje
flotante:
De mi capricho
al vagar
imagínala mi
amor,
¡una Venus del
pudor
surgiendo de un
nuevo mar!
Cuando la
lámpara vaga
en este templo
de amores,
con sus blandos
resplandores
más que la
alumbra, la halaga.
Cuando la ropa
ligera
sobre su cutis
rosado,
ondula como el
alado
pabellón de
primavera.
Cuando su seno
desnudo,
indefenso, a mi
respeto
pone más valla
que el peto
de bravo
guerrero rudo.
Siento que puede
el amor,
dormida y
desnuda al verla,
dejar perla a la
que es perla,
dejar flor a la
que es flor.
los labios míos
posar,
y en su seno
reclinar
la pobre cabeza
mía.
Y con mi aliento
volver
mariposa a la
crisálida;
y a la clara
rosa pálida
animar y
enrojecer.
Pero aquí, desde
la sombra
donde amante la
contemplo,
manchar no
quiero del templo
con paso impuro
la alfombra.
Al acercarme, en
ligera
procesión
avergonzado,
¿no volaría el
alado
pabellón de
primavera?
¡Al reflejarme
el espejo,
que la copia
entre albas hojas,
negras las
tornara y rojas
de la lámpara al
reflejo!
Dicen que suele
volar
por los espacios
perdida
el alma, y en
otra vida
sus alas puras
bañar.
Dicen que vuelve
a venir
a su cuerpo con
la aurora,
para volver –¡la
traidora!–
con cada noche a
partir.
Y si su espíritu
en leda
beatitud los
cielos hiende,
de esa mujer que
se extiende
bella ante mí
qué me queda?
Blanco cuerpo,
línea fría,
molde hueco,
vaso roto,
¡y viajera por
lo ignoto
la luz que los
encendía!
Y ¿a mí que
tanto te quiero,
delicada
peregrina,
turbar la marcha
divina
de tu espíritu
viajero?
¡Duerme entre
tus blancas galas!
¡Duerme,
mariposa mía!
Vuela bien: -¡mi
mano impía
no irá a
cortarte las alas!-
José Martí (Cuba, 1853-1895).
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