"Hubiérase dicho que dejaban allí una maravillosa canastilla de flores en la que reposaba una virgen dormida."
(Fragmento del capítulo XXIII: El castillo de Coulteray)
Ya se abría la historiada verja que había
detrás de la tumba del conde Francisco, llamado Brazo de Hierro. Y el cortejo
de las «hijas de María» y de las «damas del fuego» precediendo al féretro que
los mozos llevaban y que levantaron para dejarlo provisionalmente en la tumba
del vampiro.
Hubiérase dicho que dejaban allí una maravillosa canastilla
de flores en la que reposaba una virgen dormida...
Cristina, con sus ojos agrandados por la angustia y el
dolor, miraba continuamente aquella cara ideal...
¡Oh, qué bella era en la muerte Bessie Anne Elisabeth!...
Beila como Julieta en la tumba cuando penetró en la religiosa frescura del
santuario oloroso que disipa iodo el tormento y devuelve a la envoltura
terrenal su pureza de aurora; bella como Ofelia adornada con su guirnalda de
plantas salvajes y con los cabellos todavía húmedos de la flora de las aguas;
bella como ella misma, que, finalmente, escapaba al ultraje de un insensato a quien
había entregado contra sus esperanzas y deseos un corazón puro que finalmente
escapaba de un círculo horroroso que no había podido comprender y donde su
razón había sucumbido antes de que exhalara el último suspiro...
- ¡Duerme, duerme tu último sueño! ¡Yo te juro que
nada vendrá a turbarte! -murmuró Cristina transfigurada, sollozante y cayendo
de rodillas.
Gastón Leroux (Francia, 1868-1927).
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