(Fragmento)
Pero al pensar en una fiesta del solsticio, un extraño
vértigo se apodera de nosotros, semejante al de un hombre que se mantiene en
equilibrio sobre una esfera resbaladiza. Esa plena medida de luz, ese día más
largo del año que en el Cabo Norte dura cerca de diez semanas, es también el
momento en que reina la noche en la Antártida, iluminada tan sólo por los
fuegos lejanos de los astros. Aún más, ese apogeo señala el comienzo de un
descenso; los días, en lo sucesivo, se irán acortando hasta el nadir del solsticio
de invierno; el invierno astronómico comienza en junio, así como el verano
astronómico comienza en diciembre, cuando las horas de luz crecen
imperceptiblemente de nuevo hasta llegar a la cúspide que constituye el día de
San Juan. Tenemos ante nosotros tres meses de prados verdes, de flores, de
cosechas, de arena caliente en las playas, de cantos en las ramas, pero el
movi- miento del cielo está preparando ya nuestro invierno, al igual que en pleno
invierno prepara el verano. Estamos atrapados en esa doble espiral ascendente y
descen- dente. «Detente, ¡eres tan hermoso!», podría decir Fausto al solsticio de
junio. Lo diría en vano. Sólo dentro de nosotros, además sin esperarla
demasiado ni creer demasiado en ella, es donde tenemos que buscar la estabilidad.
Marguerite Yourcenar
(Escritora
en lengua francesa nacida en Bélgica, educada en Francia y afincada en Estados
Unidos, donde falleció. Tenía doble nacionalidad, francesa y estadounidense;
1903-1987).
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