"Y también entraron en el templo todos los niños de tierna edad de Banwick, todos ataviados con túnicas blancas."
(Fragmento final)
La procesión pasó ante
mí, y oí cantar a los niños mientras seguían ascendiendo por la colina hacia la
antigua iglesia. Regresé a la posada, y al atravesar el puente me asaltó de
repente la idea de que era el día de los Santos Inocentes. Sin duda, acababa de
presenciar una confusa reliquia de alguna tradición medieval, por lo que al
llegar a mi destino le formulé al posadero unas preguntas al respecto.
Entonces comprendí el
significado de la extraña expresión que antes había observado en su rostro.
Empezó a temblar y a estremecerse de horror y luego se alejó de mí como si yo
fuese un mensajero de la muerte.
Unas semanas más tarde
estaba leyendo un libro titulado Los antiguos ritos de Banwick. Lo
había escrito, en el reinado de la reina Isabel I de Inglaterra, un autor
anónimo que había conocido el esplendor de la antigua abadía y la desolación
que la asoló. Y hallé este pasaje:
«En el Día de los
Inocentes, a medianoche, se celebró un maravilloso y solemne servicio
religioso. Ya que cuando los monjes terminaron de cantar el Tedeum en los
maitines, subió al altar el abad, espléndidamente ataviado con una vestidura de
oro, por lo que era una maravilla contemplarle. Y también entraron en el templo
todos los niños de tierna edad de Banwick, todos ataviados con túnicas blancas.
Luego, el abad empezó a cantar la misa de los Santos Inocentes. Y cuando
terminó la consagración de la misa, se adelantó hasta el Santo Libro el niño
más pequeño de cuantos se hallaban presentes y podían estar de pie. Y este niño
llegó al altar, y el abad lo instaló en un trono de oro reluciente, y se
inclinó y lo adoró, entonando: Talium Regnum Celoerum, Aleluya. De
este es el Reino de los Cielos, Aleluya. Y todo el coro cantó en
respuesta: Amicti sunt stolis albis, Aleluya, Aleluya. Vestidos
están con túnicas blancas, Aleluya, Aleluya. Y el prior y todos los monjes, por
orden, adoraron y reveren- ciaron al niño que se hallaba sentado en el trono.»
Yo había presenciado la
procesión de la Orden Blanca de los Santos Inocentes. Había visto a los que
salían cantando de las aguas profundas donde se hallaba el Lusitania; había
visto a los mártires inocentes de los campos de Flandes y Francia regocijándose
ante la idea de oír misa en su morada espiritual.
Arthur Machen (Inglés originario de Gales, 1863-1947).
El texto íntegro puede leerse en Ciudad Seva.
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