(Fragmento inicial del capítulo Tres)
Me había dicho que ese
día cumplía 16 años, que tenía ya la edad de un hombre. No me hice
maldito caso. Me fui al muelle para ver a las personas bajar de los
barcos. Todo el camino fui sabiendo que iba al puerto y no importaba que
cerrara los ojos, porque nunca me perdería, porque con la pura nariz
yo iba a llegar siguiendo el olor de la grasa rancia, de los
desperdicios, del sudor, las fritangas. Y si no podía oler, podía oír,
porque aquella brisa también traía ruidos: los motores de las grúas, los
engranes chillando, la música tristona de «El Tropical», un bar de
putas. La brisa traía muchas cosas ese día, porque no todas las veces
uno cumple 16 años y es grande, incontenible dentro del overol de trabajo
gris y bajo el sombrero de palma que un viejo me regaló, porque otro
viejo se lo regaló cuando era joven. La brisa olía a dólares, billetes
de tinta verde y fresca, billetes relucientes, de los que yo no tenía; y
la brisa olía a petróleo, porque todo Tampico huele a petróleo, y la
brisa sonaba a un bolero romántico.
De esos sonidos, de
esos olores que recuerdo, pienso que yo entonces sabía que iba al puerto
a ver barcos en los que no habría de irme. Esos olores me hacen pensar que
Tampico ha cambiado, que ya no huele a dólar. Pero entonces no
pensaba así, ni siquiera podía llegar a imaginar que los sombreros de
palma serían mucho mejores de los que hacen ahora.
Pero ese día el olor
estaba ahí y yo estaba con él, y el olor a brisa de mar, a grasa rancia,
a petróleo y a dólares se descolgaba de las palmeras, bajaba por los
muros de las casas blancas y parecía un poco manchado de sol.
Paco Ignacio Taibo II (Español nacionalizado mexicano, 1949).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario