(Fragmento de Senda tortuosa, capítulo IV)
Nuestra tierra es una res desbarrancada, rica en despojos para los cuervos de otras nacionalidades. Y graznan si no obtienen lugar en el festín.
Intriga y medra el francés, a lo Fouché; aconseja Bismarck por boca del teutón; el italiano primero nos canta y después nos increpa; repantigado en su sillón, el yanqui nos lee la Cartilla de Monroe y extiende las piernas sobre nosotros, como si estuviese cómodamente sentado en su escritorio; el español cobra aún sus lecciones de castellano, a millones de pesetas la hora; el dogo inglés, rasca las tierras de Tampico y se baña en los tanques de petróleo; el turco, de un día para otro trasplanta a nuestras calles el zoco bullanguero de Bagdad. Y nosotros, entre tanto, ciegos y absurdos, seguimos cambiando el oro de los más ricos filones mexicanos, por las cuentas de vidrio que ciñen las gargantas de nuestras mestizas.
José Rubén Romero (México, 1890-1952).
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