(Fragmento de Un asesinato)
Siguiendo toda la costa, va uno a encontrarse con Tampico. Eso es otra cosa: Tampico era en el año de 29 un rancho despoblado; pero hoy, como por encanto ha brotado una ciudad, moderna, linda, por la construcción de sus edificios, por un río ancho, hermoso y no tan solitario como el Bravo. Tampico es la Venecia de México, porque casi por todas partes está rodeada de agua; porque multitud de barcos la visitan, y porque no es extraño oír al pie de una ventana con cortinajes de seda y tisú, los conciertos de una orquesta. Estos alemanes aun retirados de las orillas de su caudaloso Rhin, han de tocar las armonías de Mayerbeer y Mozart. Digo esto, para que se cercioren los lectores que estos conciertos de que hablo, no son obra de genios invisibles, sino de alemanes rollizos y colorados, que tan bien tocan unas variaciones en el violín, como apuran una botella de southern o champaña. Tampico, pues, es un puerto visitado por los hermosos paquetes franceses, por los correos mensuales ingleses, por los vapores de la línea, y por buques de casi todos los puertos de la Europa. La aduana, bien o mal administrada, según las épocas y personas, nunca ha dejado de dar al gobierno general un año con otro, dos millones y medio de pesos.
Manuel Payno (México, 1810-1894).
La ilustración corresponde al embarcadero del río Tamesí en el antiguo Tampico.
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