(Fragmentos)
Del capítulo quinto
Llamé, pero nadie acudió, irritándome más y más el servir
de objetivo a la curiosidad de la servidumbre. Cabezas de hombres y de mujeres asomaban,
alargándose, en muchas ventanas y se retiraban súbito, como conejos en sus madrigueras, no
bien volvía yo la vista hacia ellas.
El regreso de los cazadores y de la jauría me sacó de apuros;
pero no sin algún trabajo conseguí que un majadero criado se encargara de los caballos, y
que otro me acompañara a la presencia del dueño de la casa. El palurdo desempeñó su cometido con la galantería de un rústico obligado a
guiar una patrulla enemiga, siéndome indispensable no perderle de vista para
impedirle que me abandonara en aquel dédalo de corredores bajos y abovedados
que desembocaban en lo que él llamó salón de piedra, donde debía yo ser conducido
a la graciosa presencia de mi tío.
Del capítulo vigésimo tercero
Estás loco, Rob -replicó el bayle-, tan loco como una
liebre en marzo. Y ¿por qué una liebre anda más loca en marzo que en la época de
San Martín? La respuesta es superior a mi inteligencia...
Del capítulo trigésimo
A la izquierda y a través de un valle, serpenteaba el río Forth, cuyo curso hacia el Oriente, alrededor de una preciosa colina enteramente
aislada, se dibujaba una guirnalda de bosques. A la derecha, y en medio de una
porción de desnudas peñas, espesos jarales y montículos, se extendía un vasto
lago; el soplo de la brisa matinal movía, a trechos, leves ondas, en las cuales
brillaban facetas de luz en chispeantes reflejos. Ribazos, rocas y empinadas
montañas, profusamente cubiertas de abedules y de encinas, formaba un cuadro encantador
en aquella loma. El murmullo de las hojas, unido a las combinaciones del
reverberar del sol, daban a la profunda soledad un aspecto de movimiento y de
vida. El hombre solitario se advertía en un estado de inferioridad, en un
escenario que se magnificaba exaltando las formas ordinarias de la naturaleza. Dejamos
tras de nosotros el llamado clachan de Aberfoil: miserable caserío, compuesto
de una docena de chozas, o, según expresión del bayle, de madrigueras de
conejos, construidas con pedruscos y sucia argamasa y grosera- mente revestida de turba y de ramas
de árboles entrelazadas. Los informes techos eran tan rayanos de
tierra que, según observación de Andrés, hubiéramos podido, la anterior
noche, trotar por encima de ellos, sin notarlo, a no andar nuestras
cabalga- duras a través de los mismos.
Sir Walter Scott (Escocia, 1771-1832).
La ilustración corresponde a For better, for worse: Rob Roy and the Bailie (1886), de John Watson Nicol.
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