martes, 3 de enero de 2023

Enero: ¡SI YO FUERA REY!, de José Echegaray

"El mes de Enero derrochaba sus riquezas: nieve, lluvia, viento; y todo entre tinieblas."

(Fragmento inicial)

Era una noche muy fría: noche de invierno y de las peores.

El mes de Enero derrochaba sus riquezas: nieve, lluvia, viento; y todo entre tinieblas.

Las pulmonías aleteaban gozosas; los catarros con noble emulación aspiraban a pulmonías; los reumas se arrastraban sobre el barro ejercitando sus fuerzas.

No había pulmón seguro ni articulación que funcionara a gusto.

El frío, primo hermano de la nada, se desperezaba en la sombra. Y los termómetros aterrados se encogían cada vez más.

Una noche de todos los diablos; pero no de los diablos clásicos, de los que andan entre llamaradas, espuman calderas de pez hirviendo y saltan como salamandras en el incendio de las cavernas del eterno dolor.

No: un infierno de esta clase se hubiera quedado convertido en carámbano infernal.

Las calles estaban desiertas. Decimos mal. Un pobre mendigo envuelto en una deshilachada manta caminaba lentamente arrastrando unas veces sobre el barro, otras sobre la nieve, sus años y sus miserias.

Acaso había sido persona acomodada; quizás gastó en otro tiempo zapatos de charol, blanca pechera, elegante frac, y gabán de pieles. Pero aquel tiempo estaba muy lejano: si existió alguna vez, hoy no era más que un sueño.

El mendigo seguía caminando. No iba, seguramente, hacia su casa, porque no la tenía. Buscaba un rincón, un portal; y quizá sin ser Job, buscaba un estercolero en que dormir aquella noche.

Y así recorría calles y cruzaba plazas, y no encontraba sitio a su gusto. Tal vez su gusto era excesivamente delicado, porque espacio no le faltaba.

De pronto se detuvo: le asaltó una idea casi luminosa. Despertó en él un recuerdo envuelto en efluvios de calor. Recordó, decimos, que aquella mañana pasó por una plaza y que en ella había visto unas calderas de asfalto derretido que daba gusto verlas.

Todo es relativo en este mundo. Para los demás transeúntes aquellas calderas eran sucias y feas; negras y humosas; para el pobre mendigo, en aquel instante eran el símbolo más perfecto de la felicidad humana, con algo de felicidad divina.

José Echegaray (España, 1832-1916).
Obtuvo el premio Nobel compartido con Frédéric Mistral, en 1904.

La lectura del texto íntegro es posible en Ciudad Seva.

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