"... venían siguiendo a una temerosa liebre, que a toda furia a las espesas ramas venía a guarecerse."
La Galatea (1585)
(Fragmento del primer libro)
A este
punto del cuento de sus amores llegaba Teolinda, cuando las pastoras sintieron
grandísimo estruendo de voces de pastores y ladridos de perros, que fue causa
para que dejasen la comenzada plática y se parasen a mirar por entre las ramas lo
que era. Y así, vieron que por un verde llano que a su mano derecha estaba,
atravesaban una multitud de perros, los cuales venían siguiendo una temerosa
liebre, que a toda furia a las espesas matas venía a guarecerse. Y no tardó
mucho que por el mesmo lugar donde las pastoras estaban la vieron entrar e irse
derecha al lado de Galatea; y allí, vencida del cansancio de la larga carrera y
casi como segura del cercano peligro, se dejó caer en el suelo con tan cansado
aliento que parecía que faltaba poco para dar el espíritu. Los perros, por el
olor y rastro, la siguieron hasta entrar adonde estaban las pastoras; mas
Galatea, tomando la temerosa liebre en los brazos, estorbó su vengativo intento
a los codiciosos perros, por parecerle no ser bien si dejaba de defender a
quien della había querido valerse. De allí a poco llegaron algunos pastores,
que en seguimiento de los perros y de la liebre venían, entre los cuales venía
el padre de Galatea, por cuyo respecto ella, Florisa y Teolinda le salieron a
rescebir con la debida cortesía. Él y los pastores quedaron admirados de la
hermosura de Teolinda, y con deseo de saber quién fuese, porque bien conocieron
que era forastera. No poco les pesó desta llegada a Galatea y Florisa, por
el gusto que les había quitado de saber el suceso de los amores de Teolinda, a
la cual rogaron fuese servida
de no partirse por algunos días de su compañía, si en ello no s e estorbaba
acaso el cumplimiento de sus deseos.
La Gitanilla (1613)
(Fragmento)
A lo cual respondió Preciosa:
- Puesto
que estos señores legisladores han hallado por sus leyes que soy tuya, y que
por tuya te me han entregado, yo he hallado por la ley de mi voluntad, que es
la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que
antes que aquí vinieses entre los dos concertamos. Dos años has de vivir en
nuestra compañía primero que de la mía goces, porque tú no te arrepientas por
ligero, ni yo quede engañada por presurosa. Condiciones rompen leyes; las que
te he puesto sabes: si las quisieres guardar, podrá ser que sea tuya y tú seas
mío; y donde no, aún no es muerta la mula, tus vestidos están enteros, y de tus
dineros no te falta un ardite; la ausencia que has hecho no ha sido aún de un
día; que de lo que dél falta te puedes servir y dar lugar que consideres lo que
más te conviene. Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi
alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere.
Si te quedas, te estimaré en mucho; si te vuelves, no te tendré en menos;
porque, a mi parecer, los ímpetus amorosos corren a rienda suelta, hasta que encuentran
con la razón o con el desengaño; y no querría yo que fueses tú para conmigo como
es el cazador, que, en alcanzado la liebre que sigue, la coge y la deja por
correr tras otra que le huye. Ojos hay engañados que a la primera vista tan
bien les parece el oropel como el oro, pero a poco rato bien conocen la
diferencia que hay de lo fino a lo falso. Esta mi hermosura que tú dices que
tengo, que la estimas sobre el sol y la encareces sobre el oro, ¿qué sé yo si
de cerca te parecerá sombra, y tocada, cairás en que es de alquimia? Dos años
te doy de tiempo para que tantees y ponderes lo que será bien que escojas o
será justo que deseches; que la prenda que una vez comprada nadie se puede
deshacer della, sino con la muerte, bien es que haya tiempo, y mucho, para
miralla y remiralla, y ver en ella las faltas o las virtudes que tiene; que yo
no me rijo por la bárbara e insolente licencia que estos mis parientes se han
tomado de dejar las mujeres, o castigarlas, cuando se les antoja; y, como yo no
pienso.
Miguel de Cervantes (España, 1547-1616).
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