jueves, 29 de diciembre de 2022

Navidad: UN RECUERDO NAVIDEÑO, de Truman Capote

"Tendría que ser (...) el doble de alto que un chico. Para que ninguno pueda robarle la estrella."

(Fragmento)

De mañana. La escarcha helada da brillo al pasto; el sol, redondo como una naranja y anaranjado como una luna de verano, cuelga en el horizonte y bruñe los plateados bosques invernales. Chilla un pavo salvaje. Un cerdo renegado gruñe entre la maleza. Pronto, junto a la orilla del poco profundo riachuelo de aguas veloces, tenemos que abandonar el coche. Queenie es la primera en vadear la corriente; chapotea hasta el otro lado, ladrando en son de queja porque la corriente es muy fuerte, tan fría que seguro que se agarra una pulmonía.

Nosotros la seguimos, con el calzado y los utensilios (un hacha pequeña, una bolsa de arpillera) sostenidos encima de la cabeza. Dos kilómetros más de espinas, erizos y zarzas que se nos enganchan en la ropa; de herrumbrosas agujas de pino, y con el brillo de los coloridos hongos y las plumas caídas. Aquí, allí, un brillo, un temblor, un éxtasis de trinos nos recuerdan que no todos los pájaros han volado hacia el Sur. El camino serpentea siempre por entre charcos alimonados de sol y sombríos túneles de enredaderas. Hay que cruzar otro arroyo: una agotada flota de moteadas truchas espumea el agua alrededor nuestro, mientras unas ranas del tamaño de platos se entrenan tirándose de panza; unos castores obreros construyen un dique. En la otra orilla, Queenie se sacude y tiembla. También tiembla mi amiga: no de frío, sino de entusiasmo. Una de las maltrechas rosas de su sombrero deja caer un pétalo cuando levanta la cabeza para inhalar el aire cargado del aroma de los pinos.

- Ya casi llegamos. ¿Lo hueles, Buddy? -dice, como si estuviéramos acercándonos al océano.

En efecto, es algo semejante al océano. Aromáticas e ilimitadas extensiones de árboles navideños, de acebos de hojas punzantes. Bayas rojas tan brillantes como campanillas sobre las que se ciernen, gritando, negros cuervos. Después de haber llenado nuestras bolsas de arpillera con la cantidad suficiente de verde y rojo como para adornar una docena de ventanas, nos disponemos a elegir el árbol.

- Tendría que ser -dice mi amiga- el doble de alto que un chico. Para que ninguno pueda robarle la estrella.

Truman CapoteTruman Streckford Persons, Truman García Capote
(Estados Unidos, 1924-1984).

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