(Fragmento)
Saltó de nuevo mentalmente hasta la imagen del árbol
de Navidad y, bruscamente y sin aparente razón, se acordó del cuarto de estar
de la casa de unos comerciantes, de un gran volumen de artículos y poemas con
páginas de cantos dorados (una edición benéfica para los pobres) que de alguna
forma estaba relacionado con aquella casa, recordó también el árbol de Navidad
del cuarto de estar, la mujer que él amaba en aquel tiempo, y las luces del
árbol reflejándose como un temblor de cristal en sus ojos abiertos al coger una
mandarina de una de las ramas más altas. Habían trans- currido veinte años o
quizá más, cómo se fijaban en la memoria algunos detalles…
Disgustado, abandonó este recuerdo y se imaginó una
vez más esos viejos abetos más bien ralos que, en ese mismo momento, con toda
seguridad, se veían engalanados y decorados con adornos… Pero ahí no había
ningún relato, aunque siempre se le podía dar un ángulo sutil… Exiliados que
lloran en torno de un árbol de Navidad, engalanados con sus uniformes
impregnados de polilla, mirando al árbol sin dejar de llorar. En algún lugar de
París. Un viejo general rememora al recortar un ángel de cartón dorado cómo
solía abofetear a sus soldados… Pensó entonces en un general que había conocido
personalmente y que ahora estaba en el extranjero, y no había forma de
imaginárselo llorando arrodillado ante un árbol de Navidad…
“Pero, con todo, ahora voy por buen camino.” Dijo
Novodvortsev en voz alta, persiguiendo impaciente un pensamiento que se le
había escapado. Y entonces algo nuevo e inesperado empezó a tomar forma en su
imaginación: una ciudad europea, un pueblo bien alimentado, cubierto de pieles.
Un escaparate completamente iluminado. Tras él, un enorme árbol de Navidad de
cuyas ramas cuelgan frutas carísimas y en cuya base se amontonan muchos jamones.
Símbolo de bienestar. Y delante del escaparate, en la acera helada…
Todo nervioso, pero nervioso con la excitación del
triunfo, sintiendo que había encontrado la clave única y necesaria, que iba a
componer algo exquisito, que iba a describir como nadie lo había hecho antes la
colisión de dos clases, de dos mundos, empezó a escribir. Escribió acerca del
árbol opulento en el escaparate descaradamente iluminado y del trabajador
hambriento, víctima del paro, mirando aquel árbol con mirada severa y sombría.
“El insolente árbol de Navidad -escribió Novodyortsev-
ardía con todos y cada uno de los colores del arco iris.”
Vladimir Nabokov
(Ruso nacionalizado estadounidense y suizo, fallecido en Suiza, 1899-1977).
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