"7 de noviembre de 1823. Un presidiario que se hallaba trabajando con su cuadrilla bordo del Orión, al socorrer ayer a un marinero, cayó al mar y se ahogó."
(Fragmento del capítulo III, segundo libro, segunda parte:
La cadena de la argolla se rompe de un solo martillazo)
Socorrerle era correr un riesgo fatal. Ninguno de los
marineros se atrevía a aventurarse. La multitud esperaba ver al desgraciado
gaviero de un minuto a otro soltar la cuerda, y todo el mundo volvía la cabeza
para no presenciar su muerte.
De pronto se vio a un hombre que trepaba por el
aparejo con la agilidad de un tigre. Iba vestido de rojo, era un presidiario;
llevaba un gorro verde, señal de condenado a cadena perpetua. Al llegar a la
altura de la gavia, un golpe de viento le llevó el gorro, y dejó ver una cabeza
enteramente blanca.
El individuo, perteneciente a un grupo de presidiarios
empleados a bordo, había corrido en el primer instante a pedir al oficial
permiso para arriesgar su vida por salvar al gaviero. A un signo afirmativo del
oficial, rompió de un martillazo la cadena sujeta a la argolla de su pie, tomó
luego una cuerda, y se lanzó a los obenques. Nadie notó en aquel instante la
facilidad con que rompió la cadena.
En un abrir y cerrar de ojos estuvo en la verga; llegó
a la punta, ató a ella un cabo de la cuerda que llevaba, y dejó suelto el otro
cabo; después empezó a bajar deslizán- dose por esta cuerda y se acercó al marinero.
Entonces hubo una doble angustia; en vez de un hombre suspendido sobre el
abismo había dos.
Pero el presidiario logró atar al gaviero sólidamente
con la cuerda a que se sujetaba con una mano. Subió sobre la verga, y tiró del
marinero hasta que lo tuvo también en ella; después lo cogió en sus brazos y lo
llevó a la gavia, donde le dejó en manos de sus camaradas. Se preparó entonces
para bajar inmediatamente a unirse a la cuadrilla a que pertenecía. Para llegar
más pronto, se dejó resbalar y echó a correr por una entena baja. Todas las
miradas lo seguían. Por un momento
se tuvo miedo; sea que estuviese cansado, sea que se mareara, lo cierto
es que se le vio tambalear. De pronto la muchedumbre lanzó un grito; el
presidiario acababa de caer al mar.
La caída era peligrosa. La fragata Algeciras estaba
anclada junto al Orión, y el pobre presidiario había caído entre los dos
buques. Era muy de temer que hubiera ido a parar debajo del uno o del otro.
Cuatro hombres se lanzaron en una embarcación. La muchedumbre los animaba, y la
ansiedad había vuelto a aparecer en todos los semblantes. El hombre no subió a
la superficie. Había desaparecido en el mar sin dejar una huella. Se sondeó, y
hasta se buscó en el fondo. Todo fue en vano; no se halló ni siquiera el
cadáver.
Al día siguiente, el diario de Tolón imprimía estas
líneas: "7 de noviembre de 1823. Un presidiario que se hallaba trabajando
con su cuadrilla a bordo del Orión, al socorrer ayer a un marinero, cayó al mar
y se ahogó. Su cadáver no ha podido ser hallado. Se cree que habrá quedado
enganchado en las estacas de la punta del arsenal. Este hombre estaba inscrito
en el registro con el número 9,430, y se llamaba Jean Valjean".
Víctor Hugo (Francia, 1802-1885).
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