Este momento en que los ojos hundidos se
tambalean
lentamente
por la pendiente rocosa encima de
huesos rotos temerosos, hacia el horror
de desechos de dolor reunidos en el valle,
se convertirá no obstante en otro año
perdido.
Una
Navidad irrecuperable en las alturas,
su infierno explosivo transmutado
por las
distancias cósmicas hacia la calma
de una fría estrella parpadeante… a las tumbas
de este momento llegaron sonidos
lejanos de
los cánticos de otros hombres flotando en el
crujido de las olas,
burlándose de nosotros. ¿Con remordimiento? ¿Esperanza? ¿Anhelo? Nada de
eso, extrañamente tampoco desesperación,
más bien puro, odio trascendental destilado…
Más allá de la puerta del hospital
las buenas monjas habían instalado un pesebre
de palmeras para ofrecer refugio
a una fina escena de Belén de escayola. La Sagrada
Familia estaba en el centro, serena, el Niño
Jesús rollizo con mirada sabia y mejillas rosadas: uno
de los Reyes Magos, de acuerdo con la leyenda,
como un Otelo negro en trajes suntuosos. Otras
figuras de hombres y ángeles parados
a distancia calculada del
corazón del milagro divino
y el buey de siempre mirando fijamente
con un sagrado
asombro…
Más pobre que los pobres devotos
que habían pagado su homenaje
con el lamentable ofrecimiento de nuevas monedas
de aluminio que algunos comerciantes habrían aceptado
y
un desgastado billete de cinco chelines,
ella se persignó y rezó con los ojos abiertos. Su
hijo, apoyado como un lagarto muerto
en su hombro, los brazos y las piernas
cauterizados por el hambre eran para su clase
un milagro.
Grandes ojos hundidos
afligidos por
el aburrimiento del pasado hasta una llana
e irreconocible
viscosidad, iban a acabar lejos e
inmóviles en su
hombro…
Terminada su oración
le dio la vuelta al niño y señaló
esas bonitas figuras de Dios
y ángeles y hombres y bestias,
una escena que remueve el corazón
de un niño. Pero todo lo que él concedió
fue una lenta mirada inexpresiva totalmente
irreconocible y de nuevo comenzó
a girar su enorme cabeza a un lado,
agotado como antes en la distancia vacía…
Ella encogió los hombros, se persignó
otra vez y se lo llevó.
Albert Chinualumogu Achebe
(Nigeriano fallecido en Estados Unidos, 1930-2013).
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