"Dios inunda la calle de música. Es Dios quien pone la música todas las tardes, justo cuando salimos del trabajo."
(Fragmento del último capítulo: Teatro de variedades)
Esta es la ciudad y ésta es la música. De las negras
cajitas surge un interminable río de romance donde lloran los cocodrilos. Todos
caminan hacia la cumbre de la montaña. Todos van al paso. Desde la estación
eléctrica de arriba, Dios inunda la calle de música. Es Dios quien pone la
música todas las tardes, justo cuando salimos del trabajo. A algunos nos da una
corteza de pan, a otros un Rolls Royce. Todos vamos hacia las Salidas y el pan
duro está encerrado en los cubos de basura. ¿Qué es lo que mantiene nuestros
pies al unísono, mientras vamos hacia la brillante cumbre de la montaña? Es la
Canción de Amor que oyeron en el pesebre los tres reyes magos de Oriente. Un
hombre sin piernas y con los ojos volados la tocaba en su flautín, mientras iba
por la calle de la ciudad sagrada en su cajón con ruedas. Es esta Canción de
Amor la que ahora se derrama desde millones de cajitas negras en el momento
cronológico preciso, para que hasta nuestros hermanos morenos de las Filipinas
puedan oírla. Es esta hermosa Canción de Amor la que nos da fuerza para
construir los más altos edificios, para botar al agua los más grandes buques de
guerra, para construir puentes sobre los ríos más anchos. Esta es la Canción
que nos da coraje para matar a millones de hombres a la vez, con apretar sólo
un botón. Es esta Canción la que nos proporciona energía para saquear la tierra
y dejar todo diezmado.
Henry Miller (Estados Unidos, 1891-1980).
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