(Fragmento inicial)
Los tres Reyes Magos, Baltasar, Melchor y Gaspar,
portando oro, incienso y mirra, habían ido en busca del Niño Jesús, pero como
no conocían bien el camino de Belén, se habían perdido por el camino y, tras
cruzar un bosque profundo, llegaron al caer la noche a un pueblo de la comarca
de Langres. Estaban cansados, tenían los brazos entumecidos por llevar los
jarrones que contenían los perfumes destinados al hijo de María y, además, se
morían de hambre y de sed. Entonces llamaron a la puerta de la primera
casa del pueblo, para solicitar hospitalidad.
Esta casa, o más bien esta choza, situada casi al
borde del bosque, pertenecía a un leñador llamado Denis Fleuriot que vivía allí
muy pobremente con su mujer y cuatro chamacos. Estaba construida de adobe con
un techo de tierra y musgo por donde se filtraba el agua en los días de mucha
lluvia. Los tres reyes,
agotados por el cansancio, llamaron a la puerta, y cuando el leñador les abrió, le rogaron que les diera de cenar y una cama.
- ¡Pobre de mí!, buena gente -respondió Fleuriot-, sólo tengo una cama para mí y un jergón para mis hijos, y en cuanto a la cena,
sólo podemos ofrecerles patatas hervidas y pan de centeno. Sin embargo, pasen, y si no son muy exigentes, trataré de acomodarlos.
Así que entraron. Les sirvieron patatas, que
devoraron con gran apetito, y el leñador y su mujer les dieron su lecho, donde
durmieron profundamente, excepto Gaspar, que gustaba de su tranquilidad y que
se encontraba muy apretado entre el gordo Baltasar y el gigante Melchor.
A la mañana siguiente, antes de partir de nuevo, Baltasar,
que era el más generoso de los tres, le dijo a Fleuriot.
- Quiero darle algo para agradecerle su hospitalidad.
- ¡Se los ofrecimos de buen corazón, pero no esperamos
nada a cambio, buena gente! -respondió el leñador, extendiendo la mano de todos
modos.
- No tengo dinero -prosiguió Baltasar-, pero quiero
dejarles un recuerdo que vale más.
Metió la mano en su bolsillo y sacó una pequeña flauta
oriental que le presentó a Fleuriot, y mientras este último, un poco
decepcionado, hacía una mueca, continuó:
- Si formulas un deseo mientras tocas una melodía en
esta flauta, se te concederá de inmediato. Toma, no abuses de ella, y
nunca niegues limosna u hospitalidad a los pobres.
André Theuriet (Francia, 1833-1907).
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