"Fueron encontrados barcos en el mar, pletóricos de mercaderías; nadie los guiaba; las tripulaciones habían muerto."
(Fragmento del capítulo 2: En cuerpo y alma)
Ahora es Isabel (no, sólo entre nosotros nos tuteamos,
novillera, achanta lamu) la que, en un solo movimiento, con un solo ritmo que,
sin que ustedes se enteren, los domina, arranca el auto y enciende el radio y
encuentra la estación que ella conoce y prefiere y ellos cantan, los heraldos y
menestreles y juglares del nuevo tiempo, los pajes andróginos de la república
monárquica, de la élite democrática, ellos que suben y bajan desde los muelles
de Liverpool con la presencia del cortesano que toca el laúd en el concierto
campestre del Giorgione, con la cabellera de los jóvenes venecianos pintados
por Giovanni Bellini, con la sonrisa irónica del divertidísimo San Jorge de
Mantegna, cuya gallarda armadura parece más a propósito para conquistar a las
castellanas que lo esperan en el palacio dorado perdido en la perspectiva de
Padua, que para enfrentarse a un oscuro dragón verde de utilería que yace a sus
pies, menos pagano, menos diabólico que el propio efebo desarmado después de la
conquista: esa lanza está rota y creo que sólo serviría para desprender los
frutos de la guirnalda de limas, peras, cerezas y pomegranates que cuelgan
sobre el marco del cuadro. Tienen la lejanía cesárea y la participación
satánica y la inocencia querúbica y cantan.
I love you because you tell me
things I want to know y yo voy leyendo estos noticiones en mi periódico,
dragona, por la supercarretera México-Puebla, y a veces no creo lo que leo,
aunque lo firme alguien tan respetable como Jacobo von Konigshofen: su despacho
dice que hoy mismo, este año de 1349, se ha desatado la peor epidemia de la que
se tenga memoria. La muerte corre de un extremo al otro del mundo, de ambos
lados del mar, y es aún más temible entre los sarracenos que entre los
cristianos. En algunas tierras, murieron todos y no quedó nadie. Fueron
encontrados barcos en el mar, pletóricos de mercaderías; nadie los guiaba; las
tripulaciones habían muerto. El obispo de Marsella y los sacerdotes y la mitad
de la población de ese puerto han fallecido. En otros reinos y ciudades han
perecido tantas gentes que describirlo sería horrible. El papa en Aviñón
suspende todas las sesiones de la corte, prohíbe que nadie se le acerque y
ordena que un fuego arda frente a él día y noche. Y todos los doctores y
maestros sabios sólo pueden decir que se trata de la voluntad de Dios. Y si
está aquí, la plaga también está en todas partes y no terminará antes de
cumplir su ciclo.
Carlos Fuentes (Mexicano nacido en Panamá, 1928-2012).
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