jueves, 22 de octubre de 2020

Epidemias: LOS NOVIOS, de Alessandro Manzoni

"... visitaron enfermos y cadáveres, y por doquier hallaron las feas y terribles marcas de la pestilencia."

(Fragmento del capítulo XXXI)

A lo largo, pues, de toda la franja de territorio recorrida por el ejército, se había encontrado algún cadáver en las casas, alguno por el camino. Poco después, en este o en aquel pueblo, empezaron a enfermar, a morir, personas, familias, de males violentos, extraños, con síntomas desconocidos para la mayoría de los vivos. Había tan sólo algunos para quienes no resultaban nuevos: los pocos que podían acordarse de la peste que, cincuenta y tres años antes, había asolado también buena parte de Italia, y en especial el Milanesado, donde fue llamada, y lo es todavía, la peste de San Carlos. ¡Tanta fuerza tiene la caridad! Entre los recuerdos tan variados y solemnes de un infortunio general, puede ésta hacer descollar el de un hombre, porque a ese hombre le inspiró sentimientos y acciones más memorables aún que los males; imprimirlo en las mentes, como un compendio de todas aquellas desgracias, porque en todas lo introdujo y mezcló, como guía, socorro, ejemplo, víctima voluntaria; hacer, de una calamidad para todos, una hazaña para este hombre; designarla por su nombre, como una conquista, o un descubrimiento.

El protomédico Lodovico Settala, que no sólo había visto aquella peste, sino que había sido uno de sus más activos e intrépidos, y, aunque jovencísimo entonces, de sus más famosos sanadores; y que ahora, sospechando grandemente de ésta, estaba alerta y sobre aviso, informó, el 20 de octubre, al tribunal de sanidad, de que, en el pueblo de Chiuso (último del territorio de Lecco, y confinante con el Bergamasco), había entrado indudablemente el contagio. No por ello se tomó resolución alguna, como se lee en el Informe de Tadino.

Y he aquí que empiezan a llegar avisos parecidos de Lecco y de Bellano. El tribunal se decidió entonces, contentándose con enviar a un comisario, que, por el camino, recogiese a un médico de Como, y fuese con él a visitar los lugares indicados. Ambos, «o por ignorancia o por otra causa, se dejaron persuadir por un viejo e ignorante barbero de Bellano, de que aquella clase de males no era peste»; sino, en algunos lugares, efecto ordinario de las emanaciones otoñales de los pantanos, y en los otros, efecto de las privaciones y penalidades sufridas, durante el paso de los alemanes. Semejante seguridad fue transmitida al tribunal, que al parecer se dio con ello por satisfecho.

Pero, llegando sin tregua más y más noticias de muerte de distintos lugares, fueron enviados dos delegados para ver y proveer: el ya mencionado Tadino, y un oidor del Tribunal. Cuando éstos llegaron, el mal se había extendido ya tanto, que las pruebas se ofrecían por sí solas, sin necesidad de ir a buscarlas. Recorrieron el territorio de Lecco, la Valsassina, las riberas del lago de Como, los distritos denominados Monte de Brianza y Gera de Adda; y por doquier hallaron pueblos cerrados por cancelas en las entradas, otros casi desiertos, y sus habitantes huidos y acampados en las tierras, o dispersos; «y nos parecían», dice Tadino, «criaturas salvajes, llevando en la mano unos hierbabuena, otros ruda, otros romero y otros frascos de vinagre». Se informa- ron del número de muertos: era espantoso; visitaron enfermos y cadáveres, y por doquier hallaron las feas y terribles marcas de la pestilencia. Dieron al punto, por carta, aquellas siniestras noticias al tribunal de sanidad, el cual, al recibirlas, que fue el 30 de octubre, «se dispuso», dice el mismo Tadino, a prescribir las cédulas, para impedir el acceso a la ciudad de las personas procedentes de los pueblos donde el contagio se había manifestado; «y mientras se redactaba el bando», dio anticipada- mente alguna orden sumaria a los consumeros.


Alessandro Manzoni (Italia, 1785-1873).

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