"No... limítate a sonreír, chiquilla. Tu boca es más sugestiva que un millón de claveles rojos."
(Fragmento del capítulo IX)
(Fragmento del capítulo IX)
Permanecí un rato
inmóvil y oí una risotada al otro lado de la ventana. La ciudad. El monstruo.
Se reía de mí, pero era una risa falsa, no había ya en ella el aplomo y la
seguridad de otras veces.
Luego, sonó el teléfono y, al descolgar el aparato, la risa se convirtió en un murmullo muy distante.
- Diga.
La voz que me respondió no era la que yo esperaba. Era una voz blanda, baja y un tanto tristona.
- ¿Mike?
Luego, sonó el teléfono y, al descolgar el aparato, la risa se convirtió en un murmullo muy distante.
- Diga.
La voz que me respondió no era la que yo esperaba. Era una voz blanda, baja y un tanto tristona.
- ¿Mike?
- Al habla.
- Michael Friday,
Mike.
Recreé en mi mente su boca fabulosa. Una boca jugosa, roja, húmeda, brillante, pegada al teléfono, junto a la mía. Al pronto, no supe qué decirle, excepto:
- Hola, mi amor, ¿dónde estás?
Recreé en mi mente su boca fabulosa. Una boca jugosa, roja, húmeda, brillante, pegada al teléfono, junto a la mía. Al pronto, no supe qué decirle, excepto:
- Hola, mi amor, ¿dónde estás?
- En un extremo de
la ciudad. -Hizo una pausa de unos segundos-. Mike... me gustaría volver a
verte.
- ¿De veras?
- De veras.
- ¿Por qué?
- Quizá para
charlar contigo, Mike. ¿No te importaría?
- Tal vez antes me
hubiese importado. Ahora, no.
Su sonrisa debió de tener el toque de tristeza que se advertía en la voz.
- Es perdonable que esto sea una excusa para verte.
Su sonrisa debió de tener el toque de tristeza que se advertía en la voz.
- Es perdonable que esto sea una excusa para verte.
- Eso me gusta más
-le dije.
- Entonces, ¿podré
verte?
- Dime dónde y
cuándo.
- Mira... uno de
los amigos de Carl celebra una fiesta esta noche. Yo estoy invitada a ella, y
si no te importa... podríamos ir juntos. No estaremos mucho tiempo allí.
Estuve cavilando un rato, en medio de un torbellino de pensamientos. Por fin, tomé mi partido.
- Está bien. Un rato de honesto esparcimiento no me sentará mal. Nos encontraremos en el vestíbulo del hotel «Astor», a las diez. ¿Estás de acuerdo?
Estuve cavilando un rato, en medio de un torbellino de pensamientos. Por fin, tomé mi partido.
- Está bien. Un rato de honesto esparcimiento no me sentará mal. Nos encontraremos en el vestíbulo del hotel «Astor», a las diez. ¿Estás de acuerdo?
- De acuerdo, Mike.
¿Tendré que llevar un clavel rojo o algo parecido para que me reconozcas?
- No... limítate a
sonreír, chiquilla. Tu boca es más sugestiva que un millón de clave- les rojos.
- Pues tú no te has
acercado a ella lo suficiente para decir eso.
- Recuerdo, sin
embargo, cómo me despedí de ti la última vez que nos vimos.
- Si a eso lo llamas cerca, es
que no tienes la noción de la distancia -dijo.
Y colgó. Hice lo
mismo y contemplé el auricular, negro, simétrico y eficiente. Sólo para que
alguien hable pone en movimiento un millar de piezas diminutas y la fuerza
final de todo ello culmina en un milagro menor. Nadie se entretiene en averiguar
cómo y por qué se realiza ese milagro. Negro, simétrico, eficiente. Podría ser
la reproducción de una mano trazada con tinta negra. Su organización era la
misma y sólo se sabían los detalles cuando ya era demasiado tarde.
Cuando ellos
querrían que viese la mano fatídica, con un dedo apuntando a mi persona.
Cuando fuera
demasiado tarde.
Mickey Spillane: Frank Morrison Spillane (Estados Unidos, 1918-2006).
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