"Tu boca es tan dura -dijo él con débil reproche. -Y la tuya es tan suave y agradable -dijo ella..."
(Fragmento del capítulo 29: Continental)
El rió más mientras besaba su pelo delicado y perfumado.
- ¿Me amas?
- Sí -repuso él riendo.
Ella levantó de repente la boca para ser besada. Sus labios eran tensos, temblorosos y agotadores; los de él, suaves, profundos y delicados. Él esperó unos pocos momentos en el beso. Luego, una sombra de tristeza penetró en su alma.
- Tu boca es tan dura -dijo él con débil reproche.
- Y la tuya es tan suave y agradable -dijo ella alegremente.
- Pero, ¿por qué pones siempre tiesos los labios? -preguntó él pesaroso.
- No te preocupes -dijo ella rápidamente-. Es mi modo.
Ella sabía que él la amaba; estaba segura de él. Pero no podía abandonar cierto control sobre sí misma, no podía tolerar que él la supiese en cuestión. Se daba a sí misma con placer para que él la amase. Sabía que, a pesar de su júbilo, cuando ella se abandonaba, él estaba también un poco entristecido. Ella podía abandonarse a la actividad de él; pero no podía ser ella misma, no se atrevía a adelantarse desnuda a la desnudez de él. Ella se abandonaba a él o bien se apoderaba de él y reunía su júbilo desde él. Y lo disfrutaba plenamente. Pero nunca estaban del todo juntos, en el mismo momento. Uno de los dos quedaba siempre un poco marginado. Sin embargo, estaba alegre de esperanza, gloriosa y libre, llena de vida y libertad. Y estaba inmóvil, suave y paciente por el momento.
D. H. Lawrence: David Herbert Lawrence (Inglaterra, 1885-1930).
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