domingo, 10 de marzo de 2019

Tu boca: MEMORIAS, de Giacomo Casanova

"... abandona a mis ardientes besos tu boca divina que asegura que me amas."

(Fragmento del capítulo IV)
 
Después de un rato de silencio, la muchacha me dijo con tristeza que mi llanto la afligía, y que nunca hubiera creído hacerme verter lágrimas.
 
- No sé -dijo ella-, por qué ha de alarmaros tanto vuestro amor, cuando me hace tan dichosa. Si el amor que os he inspirado es un crimen, os juro que no tuve intención de cometer ninguno; por tanto, en conciencia, no podéis castigarme. Sin embargo, no puedo ocultar que me alegro de que me améis. En cuanto al peligro que se corre cuando se ama, y que conozco perfectamente, somos dueños de afrontarlo; y me extraña que, aunque ignorante, esto no me parezca difícil, mientras que a vos, que sabéis tanto, según dicen, os causa tal espanto. Me habéis visto llegar alegre esta mañana; es porque he soñado toda la noche; pero ello no me ha impedido dormir; sin embargo, me he despertado cinco o seis veces para ver si mi sueño era verdad; porque soñaba que estaba a vuestro lado; y al ver que no era verdad, volvía a dormirme enseguida, para coger otra vez mi sueño, y lo conseguía. Haré todo lo que me mandéis, excepto dejar de amaros, porque esto es imposible. Y si para curar, tenéis necesidad de no amarme, haced lo que podáis; porque mejor os quiero vivo sin amor que muerto por amar demasiado.
 
Este discurso sincero y natural me demostró cuán superior es la elocuencia de la naturaleza a la del espíritu filosófico. Estreché por vez primera a Lucía en mis brazos, diciéndole:
 
- Sí, amor mío, sí; tú puedes proporcionar al mal que me devora el más dulce consuelo; abandona a mis ardientes besos tu boca divina que asegura que me amas.
 
Pasamos un hora en un silencio delicioso, interrumpido únicamente por estas palabras que la muchacha repetía de vez en cuando:
 
- ¡Dios mío! ¿Es verdad que no estoy soñando?
 
Con todo, yo respetaba su inocencia, quizá porque Lucía se entregaba completamente sin resistencia alguna. Por último, desprendiéndose poco a poco de mis brazos, me dijo con inquietud:
 
- Mi corazón empieza a hablar, es preciso irme.
 
Y se levantó enseguida.
 
Giacomo Casanova
(Italiano fallecido en la entonces Bohemia, hoy República Checa, 1725-1798).

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