jueves, 13 de diciembre de 2018

Día de los muertos: EL PERRO DE TERRACOTA, de Andrea Camilleri

 "«L'e el di di mort, alegher ¡Es el día de los muertos, alegría!», había pensado Montalbano..."

(Fragmento)

- Mire, quiero decirle en primer lugar que me baso en todo lo que he averiguado a través de las televisiones locales y la lectura de los periódicos. Puede que las cosas no sean realmente así. De todos modos, alguien ha dicho que la piedra que cubría la entrada la habían habilitado como puerta los mafiosos o quienquiera que se dedicara al tráfico de armas. No es cierto. Esta habilitación, por así decirlo, la hizo el abuelo de un queridísimo amigo mío, Lillo Rizzitano.
 
- ¿Sabe en qué época?
 
- Pues claro que lo sé. Hacia el año 41, cuando el aceite, la harina y el trigo empezaron a escasear por culpa de la guerra. Por aquel entonces, todas las tierras que rodeaban el Crasto y el crasticeddru pertenecían a Giacomo Rizzitano, el abuelo de Lillo, que había ganado dinero en América con medios ilícitos, o, por lo menos, eso decían en el pueblo. A Giacomo Rizzitano se le ocurrió la idea de cerrar la cueva, colocando aquella piedra a modo de puerta. En el interior de la cueva tenía toda suerte de productos, que vendía en el mercado negro con la ayuda de su hijo Pietro, el padre de Lillo. Eran hombres de pocos escrúpulos que habían participado en otros hechos de los que entonces las personas bien nacidas no solían hablar, al parecer, delitos de sangre.
 
»En cambio, Lillo salió distinto. Era una especie de literato, escribía poesías preciosas, leía mucho. Él fue quien me dio a conocer las obras “De tu tierra”, de Pavese, “Conversación en Sicilia”, de Vittorini... Yo lo iba a ver, por lo general cuando su familia no estaba, en un chalé pequeño justo al pie de la montaña del Crasto, por la parte que mira al mar.
 
- ¿Lo derribaron para construir la galería?- Sí. O, mejor dicho, las excavadoras que se utilizaron en la construcción de la galería hicieron desaparecer las ruinas y los cimientos, pues el chalé quedó literalmente pulverizado durante los bombardeos que precedieron al desembarco de los Aliados en el 43.
 
- ¿Podría localizar a su amigo Lillo?
 
- Ni siquiera sé si está vivo o muerto y tampoco dónde vive. Lo digo porque debe usted tener en cuenta que Lillo tenía o tiene cuatro años más que yo.
 
- Dígame, señor director, ¿ha estado alguna vez en la cueva?
 
- No. Una vez se lo pedí a Lillo, pero él se negó; había recibido órdenes terminantes de su abuelo y su padre. Les tenía mucho miedo y bastante había hecho revelándome el secreto de la cueva.
 
El agente Balassone, a pesar de su apellido piamontés, hablaba milanés y tenía un rostro lúgubre de 2 de noviembre.
 
«L'e el di di mort, alegher ¡Es el día de los muertos, alegría!», había pensado Montalbano al verlo, recordando el título de un poema breve de Delio Tessa.
 
 
Andrea Camilleri (Italia, 1925).
 
La ilustración corresponde al festejo de la Notte di Zucchero (noche de azúcar) durante el festejo del dia de los muertos en Sicilia, donde se ubica la acción de la novela.

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