"... ya una nube pesada y terrible de cuyo seno brotaba el rayo..."
(Fragmento de El alba)
Sin embargo había que empezar, pues el público se impacientaba. La orquesta del Hof Musik Verein empezó la Obertura de Coriolano. El niño no conocía ni a Coriolano ni a Beethoven; porque, si había oído con frecuencia páginas musicales de este último, no sabía que eran de él; jamás se preocupaba por saber el nombre de las obras que oía; les aplicaba nombres de su propia invención, forjando a propósito de ellas pequeñas historias o diminutos paisajes; las clasifica de ordinario en tres categorías: el fuego, la tierra y el agua, con mil diversos matices. Mozart pertenecía casi siempre al agua: era una pradera a orillas de un río, una bruma transparente que flota sobre el mismo, una ligera lluvia de primavera o un arco iris. Beethoven era el fuego: ya una hoguera de gigantescas llamas y de enormes columnas de humo, ya un bosque incendiado, ya una nube pesada y terrible de cuyo seno brotaba el rayo, ya un inmenso cielo lleno de palpitantes estrellas, una de las cuales se ve desprenderse, deslizarse e ir a morir dulcemente en una hermosa noche de septiembre. En aquella ocasión,¿como siempre, le incendiaron cual si fuesen fuego los ardores imperiosos de aquella alma heroína. Todo lo demás desapareció; ¿qué le importaba el resto? Melchor consternado, Juan Miguel lleno de angustia, toda aquella gente tan ocupada, el público, el gran duque, el niño Cristóbal, ¿qué tenían que ver con él? ¿Era acaso cosa suya todo aquello?… Se sentía arrebatado por aquella voluntad furiosa, la seguía anhelante con las lágrimas en los ojos, las piernas entumecidas y crispado todo su cuerpo; su sangre circulaba y latía con más rapidez y sentía agitados por el temblor todos sus miembros.
Romain Rolland (Francia, 1866-1944).
Obtuvo el premio Nobel en 1915.
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