"... árboles cuyos propios brotes parecían tristes y porfiados restos de septiembre, como si la primavera hubiese pasado de largo..."
(Fragmento)
(Fragmento)
Una
calle se abría en ángulo recto descendiendo hasta convertirse en un camino de
tierra. A ambos lados el terreno descendía más abruptamente; una amplia llanura
salpicada de pequeñas cabañas cuyos tejados livianos se encontraban al mismo
nivel que la carretera. Surgían en pequeñas parcelas resecas cubiertas de
objetos rotos, ladrillos, tablones, platos, cosas que alguna vez fueron de
utilidad. Lo único que crecía era una maleza exuberante y los árboles eran
moreras y algarrobos y plátanos -árboles que compartían la inmunda aridez que
rodeaba las casas; árboles cuyos propios brotes parecían tristes y porfiados
restos de septiembre, como si la primavera hubiese pasado de largo, dejándolos
nutrirse del fecundo e inconfundible olor de los negros entre los que crecían.
Desde
las puertas los negros les hablaban al pasar, normalmente a Dilsey:
«Hermana
Gibson. ¿Cómo se encuentra hoy?».
«Yo
bien. ¿Y usted?».
«Yo
muy bien, gracias».
Surgieron
de las cabañas y subieron trabajosamente el umbroso terraplén de la carretera
–los hombres graves, vestidos de negro o marrón, mostrando las cadenas de oro
de sus relojes y alguno que otro con bastón; los jóvenes con trajes
violentamente chillones, azules o a rayas, y sombreros de perdonavidas; las
mujeres un poco envaradas, sibilantes, y, vestidos con ropas de segunda mano
compradas a los blancos, los niños miraban a Ben con sigilo de animales
nocturnos.
William Faulkner (Estados Unidos, 1897-1962).
Obtuvo el premio Nobel en 1949.
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