jueves, 13 de septiembre de 2018

Septiembre: EL RUIDO Y LA FURIA, de William Faulkner

"... árboles cuyos propios brotes parecían tristes y porfiados restos de septiembre, como si la primavera hubiese pasado de largo..."

(Fragmento)
 
Una calle se abría en ángulo recto descendiendo hasta convertirse en un camino de tierra. A ambos lados el terreno descendía más abruptamente; una amplia llanura salpicada de pequeñas cabañas cuyos tejados livianos se encontraban al mismo nivel que la carretera. Surgían en pequeñas parcelas resecas cubiertas de objetos rotos, ladrillos, tablones, platos, cosas que alguna vez fueron de utilidad. Lo único que crecía era una maleza exuberante y los árboles eran moreras y algarrobos y plátanos -árboles que compartían la inmunda aridez que rodeaba las casas; árboles cuyos propios brotes parecían tristes y porfiados restos de septiembre, como si la primavera hubiese pasado de largo, dejándolos nutrirse del fecundo e inconfundible olor de los negros entre los que crecían.
 
Desde las puertas los negros les hablaban al pasar, normalmente a Dilsey:
 
«Hermana Gibson. ¿Cómo se encuentra hoy?».
 
«Yo bien. ¿Y usted?».
 
«Yo muy bien, gracias».
 
Surgieron de las cabañas y subieron trabajosamente el umbroso terraplén de la carretera –los hombres graves, vestidos de negro o marrón, mostrando las cadenas de oro de sus relojes y alguno que otro con bastón; los jóvenes con trajes violentamente chillones, azules o a rayas, y sombreros de perdonavidas; las mujeres un poco envaradas, sibilantes, y, vestidos con ropas de segunda mano compradas a los blancos, los niños miraban a Ben con sigilo de animales nocturnos.
 
 
William Faulkner (Estados Unidos, 1897-1962).
Obtuvo el premio Nobel en 1949.

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