domingo, 30 de septiembre de 2018

Otoño: NUDO DE VÍBORAS, de François Mauriac

"Porque nos despertamos en pleno otoño y los racimos, donde mora aún y brilla un poco de lluvia..."

(Fragmento del capítulo dieciocho)

Los olmos de los caminos y los álamos de la llanura dibujaban grandes planos superpuestos, y entre sus líneas sombrías se acumulaba la niebla y el humo de las hierbas quemadas y ese inmenso aliento de la tierra que ha bebido. Porque nos despertamos en pleno otoño y los racimos, donde mora aún y brilla un poco de lluvia, no encontrarán lo que les ha frustrado el agosto lluvioso. Para nosotros tal vez no sea nunca demasiado tarde. Tengo necesidad de repetirme que nunca es demasiado tarde.
 
Al día siguiente de mi vuelta penetré, y no por devoción, en la alcoba de Isa. El no hacer nada, esa disponibilidad total de la que no sé si gozo o sufro en el campo, esto sólo, me incitó a empujar la puerta entreabierta, la primera al lado de la escalera, a la izquierda. No solamente la ventana estaba abierta de par en par, sino también el armario y la cómoda. La servidumbre había abandonado la habitación y el sol devoraba, hasta en los más pequeños rincones, los restos impalpables de un destino acabado. La tarde de septiembre zumbaba de moscas sin sueño. Los tilos, tupidos y redondos, parecían frutos maduros. El cielo, oscuro en el cénit, palidecía sobre las colinas dormidas. Vibró la risa de una joven a quien no veía. Los anchos sombreros contra el sol se movían a ras de las viñas. Había comenzado la vendimia.
 
 
François Mauriac (Francia, 1885-1970). Obtuvo el premio Nobel en 1952.
 
(Traducido del francés por Fernando Gutiérrez).

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