"Porque nos despertamos en pleno otoño y los racimos, donde mora aún y brilla un poco de lluvia..."
(Fragmento del capítulo dieciocho)
(Fragmento del capítulo dieciocho)
Los
olmos de los caminos y los álamos de la llanura dibujaban grandes planos
superpuestos, y entre sus líneas sombrías se acumulaba la niebla y el humo de
las hierbas quemadas y ese inmenso aliento de la tierra que ha bebido. Porque
nos despertamos en pleno otoño y los racimos, donde mora aún y brilla un poco
de lluvia, no encontrarán lo que les ha frustrado el agosto lluvioso. Para
nosotros tal vez no sea nunca demasiado tarde. Tengo necesidad de repetirme que
nunca es demasiado tarde.
Al
día siguiente de mi vuelta penetré, y no por devoción, en la alcoba de Isa. El
no hacer nada, esa disponibilidad total de la que no sé si gozo o sufro en el
campo, esto sólo, me incitó a empujar la puerta entreabierta, la primera al
lado de la escalera, a la izquierda. No solamente la ventana estaba abierta de
par en par, sino también el armario y la cómoda. La servidumbre había
abandonado la habitación y el sol devoraba, hasta en los más pequeños rincones,
los restos impalpables de un destino acabado. La tarde de septiembre zumbaba de
moscas sin sueño. Los tilos, tupidos y redondos, parecían frutos maduros. El
cielo, oscuro en el cénit, palidecía sobre las colinas dormidas. Vibró la risa
de una joven a quien no veía. Los anchos sombreros contra el sol se movían a ras
de las viñas. Había comenzado la vendimia.
François Mauriac (Francia, 1885-1970). Obtuvo el premio Nobel en 1952.
(Traducido del francés por Fernando Gutiérrez).
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