"... del fuerte de San Diego. Este último, provisto de treinta piezas de artillería, dominaba toda la rada..."
(Fragmento)
En esta época, Acapulco estaba
protegido por tres bastiones que la flanqueaban por la derecha, mientras que la
bocana del puerto estaba defendida por una batería de siete cañones que podía,
si era preciso, cruzar sus fuegos en ángulo recto con los del fuerte de San
Diego. Este último, provisto de treinta piezas de artillería, dominaba toda la
rada y podía hundir, con toda certeza, cualquier navío que intentara forzar la
entrada del puerto.
La ciudad no tenía, pues, nada que temer;
no obstante, tres meses después de los acontecimientos arriba descritos, fue
sobrecogida por un pánico general.
En efecto, se había indicado la
presencia de un navío en alta mar. Sumamente inquietos por las intenciones de
la embarcación sospechosa, los habitantes de Acapulco se sentían poco seguros.
La causa era que la nueva Confederación aún temía, y no sin razón, la vuelta de
la dominación española; porque, a pesar de los tratados de comercio firmados
con Gran Bretaña y por más que hubiera llegado ya de Londres un embajador que
había reconocido a la nueva República, el gobierno mexicano no tenía ni un solo
navío que protegiera sus costas.
Quien quiera que fuese, el barco no
podría pertenecer más que a un osado aventurero, y los vientos del nordeste que
tan furiosamente soplan en estos parajes desde el equinoccio de otoño a la
primavera, iban a someter a dura prueba sus relingas. Por eso los habitantes de
Acapulco no sabían qué pensar, y se preparaban, por si acaso, a rechazar un
desembarco extranjero, cuando el tan temido navío ¡desplegó en lo alto del
mástil la bandera de la independencia mexicana!
Llegado casi al alcance de los
cañones del puerto, la Constancia, cuyo nombre se podía distinguir claramente
en el espejo de popa, fondeó repentinamente. Se plegaron las velas en las
vergas y desabordó una chalupa que poco después atracaba en el muelle.
Tan pronto como desembarcó, el
teniente Martínez se dirigió a la casa del gobernador y le puso al corriente de
las circunstancias que hasta él le traían. Este aprobó la determinación del
teniente de dirigirse a México para obtener del general Guadalupe Victoria,
presidente de la Confederación, la ratificación del trato. Apenas fue conocida
esta noticia en la ciudad, estallaron los transportes de alegría. Toda la
población acudió a admirar el primer navío de la marina mexicana, y vio en su
posesión, junto con una prueba de la indisciplina española, el medio de
oponerse más radicalmente aún a cualquier nueva tentativa de sus antiguos
dueños.
Jules Verne (Francia, 1828-1905).
La ilustración corresponde a la entrada al fuerte de San Diego, en Acapulco.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario