lunes, 24 de septiembre de 2018

Equinoccio: LA SOLEDAD DEL HALCÓN

"El horizonte se hallaba sumido entre nubarrones que parecían reclamar el fin del verano."

(Fragmento del primer capítulo: Las cabezas de la hidra)

Tuvo que correr hacia el automóvil porque una lluvia aún tímida amenazaba conver- tirse en chubasco. El horizonte se hallaba sumido entre nubarrones que parecían reclamar el fin del verano. Manejó de regreso hasta el hotel y después de cenar se recluyó en su habitación. No estaba de humor para salir a pasear por el pueblo y el clima tampoco invitaba a hacerlo.
 
Magdalena llamaba El Godo a su perro. Lo había dejado en casa de sus padres, en Valle Dorado, cuando se mudó al departamento de Coyoacan que rentaron juntos. Por eso, Emilio había coincidido en raras ocasiones con él y le sorprendió al verse maltratándolo. Se escuchaba un incesante tamborileo mientras lo pateaba sin respiro
hasta el cansancio, el perro abría el hocico y babeaba pero sin emitir un solo aullido de dolor o reclamo. Ante cada nuevo golpe se revolcaba sobre la superficie de una calle rústica, empedrada y polvosa. Desde la esquina asomaba su cara impávida una iguana que atestiguaba la escena. Creyó adivinar cierto rencor en su mirada. Despertó empapado en su propia angustia transpirada. La lluvia se estrellaba furiosa contra los cristales de las ventanas. Eran poco más de las cuatro en la madrugada de ese domingo que recibía al equinoccio de otoño.

Jules Etienne

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