Carta XV
El vizconde de Valmont a la marquesa de Merteuil
Hace
usted muy bien, amiga mía, en no abandonarme a mi triste suerte. La vida que
llevo aquí es realmente fatigosa por lo demasiado descansada y su uniformidad
insípida. Al leer su carta y el pormenor del modo admirable con que ha pasado
el día, me han dado tentaciones veinte veces de pretextar un negocio
cualquiera, de volar a los pies de usted y de pedirle una sola infidelidad a su
caballero, que al cabo de cuenta no merece tanta dicha. ¿Sabe que tengo celos de
él? ¿Qué me habla usted de eterno rompimiento? Renuncio a un juramento hecho en
la fuerza de un delirio; no hubiéramos sido dignos de hacerlo si lo hubiéramos
de observar. ¡Ah! puédame yo vengar un día en sus brazos del despecho
involuntario que me ha causado la fortuna del caballero. Confieso que me lleno
de indignación cuando pienso que ese hombre sin razonar, sin tomarse el menor
trabajo, siguiendo tontamente el instinto de su corazón, halla una felicidad
que yo no puedo alcanzar. ¡Oh! yo la turbaré. Prométame que yo la turbaré.
¿Usted misma, no se siente humillada? Se da usted la pena de engañarle y él es
más feliz que usted; lo cree atado a su cadena y es usted la que está a la
suya; duerme tranquilamente mientras usted vela para procurarle placeres. ¿Qué
más podría hacer su esclavo?
Mire,
querida amiga, mientras usted se entregue a muchos no tendré ningunos celos,
porque sólo veré en ellos los sucesores de Alejandro, incapaces de conservar
entre todos el imperio en que yo reinaba solo. Pero si usted se da enteramente
a uno de ellos, si existe otro hombre tan feliz como yo, eso no lo sufriré, no
espere que lo tolere. Vuelva usted a ligarse conmigo, al menos con otra que no
sea el actual; no falte por un capricho exclusivo a la amistad inolvidable que
hemos jurado.
Basta
que yo tenga que quejarme del amor. Usted ve que sigo sus ideas y confieso mis errores.
En efecto, si se llama estar enamorado el no poder vivir sin poseer lo que se
desea, sin sacrificar el tiempo, los placeres y la vida, yo lo estoy
verdaderamente. No estoy más adelantado que antes, y aun no tendría nada que
decirle en este punto, sin un suceso que me da mucho que pensar y por el cual
yo no sé todavía si debo esperar o temer.
Usted
conoce mi lacayo, tesoro de intrigas y verdadero gracioso de comedia. Bien
piensa usted que sus intenciones eran cortejar a la doncella y emborrachar a
los criados. El tunante es más dichoso que yo. Ha logrado su fin. Y ahora acaba
de descubrir que la señora de Tourvel ha encargado a uno de sus criados de
tomar informaciones sobre mi conducta, y aún de seguirme en mis excursiones por
las mañanas, en cuanto pueda, sin que yo me percate de ello. ¿Qué quiere esta
mujer? ¿Con que la más honesta de toda se arriesga a cosas que apenas osaríamos
nosotros?... Juro a usted... Pero antes de pensar en vengarme de esta astucia femenina,
ocupémonos de hacer que resulte en nuestra ventaja. Hasta ahora, estos paseos que
excitan sus sospechas, no tenían objeto ninguno; es preciso hacer que lo
tengan. Este plan merece mi atención; dejo a usted para meditarlo. Adiós, mi
hermosa amiga
Siempre
en la quinta de..., a 15 de agosto de 17...
Choderlos de Laclos (Francés fallecido en Italia, 1786-1803).
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