martes, 13 de febrero de 2018

Nieve: NARCISO Y GOLDMUNDO, de Hermann Hesse

"... en el jardín y contempló sobre el alto valladar nevado los rosales, que se doblaban bajo el peso de la nieve."

(Fragmento del capítulo VIII)

Una mañana se despertó Goldmundo en su lecho al romper el alba y permaneció un rato tendido y cavilando. Seguían rondándole imágenes de un sueño, aunque inconexas. Había soñado con su madre y con Narciso; aún veía con claridad las dos figuras. Cuando se hubo liberado de los hilos del sueño, cayó sobre él una luz singular, una especial claridad que ahora entraba por el pequeño hueco de la ventana. Saltó de la cama y corrió a la ventana y vio sus molduras, el tejado de la cuadra, la entrada del patio y, más allá, el paisaje todo, los campos que resplandecían con un tono blanco azulenco, cubiertos de las primeras nieves del invierno. El contraste que presentaban, la inquietud de su corazón y el tranquilo, sumiso, mundo invernal lo dejó estupefacto: con qué calma, con qué dulzura y mansedumbre se ofrecían sembrados y bosques, collados y praderas al sol, al viento, a la lluvia, a la sequía, a la nieve; qué hermosos y pacientes soportaban arces y fresnos la carga del invierno! ¿Sería posible ser como ellos, aprender algo de ellos? Salió al patio, caminó por la nieve y la tocó con las manos; entró en el jardín y contempló sobre el alto valladar nevado los rosales, que se doblaban bajo el peso de la nieve.
 
Tomó, para desayunar, una sopa de harina; todos hablaban de aquella nieve primera, todos -también las muchachas- habían estado ya afuera. La nieve había llegado tarde aquel año, era ya próxima la Navidad. El caballero habló de los países del sur, donde nunca nieva.


Hermann Hesse (Alemán nacionalizado suizo, 1877-1962).
Obtuvo el premio Nobel en 1946.

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