martes, 30 de enero de 2018

Nieve: LA RISA, de Henri Bergson


III: La bola de nieve
 
(Fragmento)

A medida que avanzamos en el estudio de los procedimientos que sigue la comedia, advertimos más claramente el papel que corresponde a las reminiscencias infantiles. Es posible que estas reminiscencias se relacionen más que con tal o cual juego con el aparato mecánico que les sirve de base. El mismo aparato se puede encontrar en juegos muy diversos, así como se encuentra el mismo ritmo en muchas fantasías musicales. Pero lo que importa, lo que el espíritu retiene, lo que por grados insensibles pasa de los juegos del niño a los del hombre, es el esquema de esta combinación, o, si se quiere, la fórmula abstracta, cuyas aplicaciones especiales constituyen estos mismos juegos. He aquí, por ejemplo, la bola de nieve que va haciéndose más grande a medida que rueda. También podríamos citar los soldaditos de plomo, colocados en fila; si se empuja al primero, cae sobre el segundo, que a su vez derriba al tercero, y así sucesivamente hasta que todos van a tierra. Cabría pensar, por último, en los castillos de naipes laboriosamente construidos; el primero de estos naipes tarde en desplomarse, su vecino lo hace más pronto, y así se acelera la labor de destrucción hasta que corre vertiginosa hacia la catástrofe final. Todos estos objetos son muy diferentes, pero todos nos sugieren la misma visión abstracta, la de un efecto que se va propagando, de modo que la causa, insignificante en su origen, llega a alcanzar un constante progreso, hasta llegar a un resultado tan importante como inesperado. Abramos ahora un libro infantil de estampas y veremos que el mecanismo tiende hacia la forma de una escena cómica. He aquí, por ejemplo (lo he tomado al acaso de una serie de Epinal), un visitante que entrando precipitadamente en un salón empuja a una señora, la cual vierte su taza de té sobre un anciano respetable; éste, a su vez, resbala contra una vidriera, y los cristales, al romperse, caen a la calle, precisamente sobre la cabeza de un guardia, que pone en movimiento a toda la Policía, etcétera. El mismo aparato, las mismas combinaciones encontraréis en muchas estampas destinadas a las personas mayores. En las historias mudas que trazan los dibujantes festivos suele intervenir un objeto que va cambiando de sitio y varias personas que le siguen en sus movimientos. Este cambio de posición del objeto da lugar a cambios de situación cada vez más pintorescos entre las personas. Pasemos ahora a la comedia. ¡Cuántas escenas bufas y hasta cuántas situaciones cómicas no podrían reducirse a este sencillo modelo! Vuélvase a leer el relato de Chicanneau en los Litigantes: una serie de procesos que engranan unos en otros, mientras que el mecanismo funciona más rápido cada vez, hasta que el pleito que se entabló por un saco de heno cuesta al litigante lo mejor de su hacienda. Racine nos da esta impresión de aceleramiento creciente. El mismo artificio se halla en ciertas escenas del Quijote; por ejemplo, en la de la venta, donde por un singular enlace de circunstancias el muletero golpea a Sancho, éste a Maritornes, sobre la cual va a caer el ventero, etcétera. Y henos, por fin, en el vodevil contemporáneo.
 
¿Habrá que recordar todas las formas que reviste en él esta combinación? La más frecuente consiste en que cierto objeto material (por ejemplo, una carta) tenga una importancia capitalísima para determinados personajes y haya que buscarlo a toda costa. Este objeto, que siempre se escapa de las manos cuando se le cree poseer, rueda a través de toda la obra, originando incidentes cada vez más complicados, más importantes, más imprevistos. Todo esto se asemeja a un juego de la niñez, su semejanza es mayor de lo que a primera vista pudiera creerse. No es otra cosa que el efecto de la bola de nieve.
 
 
Henri Bergson (Francia, 1859-1941). Obtuvo el premio Nobel en 1927.

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