"El bolimarte se ve pocas veces, pero siempre se ve cuando va a haber eclipse de sol."
Este
animal de la fauna mágica gallega lo había inventado yo hace unos años, y
recientemente un amigo mío me habló de él, preguntándome si lo había oído
nombrar porque le habían contado del bolimarte. Yo me regocijé, porque a uno le
gusta que las imaginaciones suyas pasen a la memoria popular, lo que es prueba
de que ha acertado en algún punto de la fantasía propia nuestra, y que lo
inventado corresponde, más o menos, a una realidad apetecida, o soñada. Pues
bien, el bolimarte, mi bolimarte, era en imaginación algo así como una
salamandra o un alacrán, pero se diferenciaba de ambos en que tenía en el medio
y medio de la cabeza una cresta roja, como de gallo, de cinco puntas. Medirá el
bolimarte algo así como media cuarta, y lo más de su cuerpo es rabo. Pone un
huevo cada siete años, y precisamente en el nido del mochuelo, del moucho, que
decimos los gallegos. Los huevos del moucho son blancos y el del bolimarte es
negro, pero el moucho no se da cuenta. Cuando el bolimarte rompe la cáscara y
sale fuera, lo primero que hace es comerse las crías del mochuelo.
El
bolimarte se ve pocas veces, pero siempre se ve cuando va a haber eclipse de
sol. El bolimarte le tiene miedo al fin del mundo, y con ocasión del eclipse, que
sabe con días de anticipación que va a haberlo, busca la compañía del hombre.
Para lograr que un hombre lo reciba en su casa, el bolimarte da cualquier cosa;
es decir, da oro que escupe por la boca, o dice donde lo hay. Recibido en la
casa, hay que alimentarlo bien: dos pollos y dos pichones por día. Alguna vez
pide huevos con torreznos. Los pollos y los pichones no hay que guisarlos;
basta con desplumarlos, y el bolimarte los come crudos. De todas formas, como
paga en oro, sale barato como huésped. Parece ser que desde que yo he inventado
el bolimarte, se sabe de más de una familia gallega que se ha hecho rica dando
de comer al bolimarte cuando tiene miedo. No hay que darle cama y nadie sabe
dónde duerme.
El
bolimarte, expliqué yo, trae por encima del cuerpo una especie de camiseta, y
entre la camiseta y el cuerpo, hilo de oro puro, que lo regala a quien le da
cobijo y comida. Pero este hilo, desde que el bolimarte lo entrega al hombre,
en una hora no hay que tocarlo, porque quema.
¡¿Y
cómo dice el bolimarte que hay oro?!
Pues
muy sencillo: salta a la ventana, tan pronto como pasó el eclipse, y escupe;
lanza una salivaza fuerte, que parece que tuviese en la boca un tirabalas de
estopa. Donde cae la saliva, brota una pequeña llama, y se ve algo de humo. Hay
que ir allá, abrir un agujero, y en seguida, a menos de media vara, aparece el
oro. Cuando el hombre regresa con el oro, ha de mostrárselo al bolimarte, el
cual se impone en las patas traseras, y silba. Desde que yo lo inventé, que
tenga noticia lo han visto en Pontedeume y en Santa Uxía de Ribeira. Si hubiera
pronto un par de eclipses de sol, es seguro que sería visto en otros lugares de
Galicia.
Álvaro Cunqueiro (Escritor español en lengua gallega, 1911-1981).
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