miércoles, 11 de octubre de 2017

Eclipse: RECUERDOS, de José Echegaray


El eclipse de 1860
 
(Fragmento)

El vapor en que habíamos de embarcarnos para ir a Marsella llegaba al día siguiente del eclipse; ya tenía yo tomados los billetes, y además billete de ida y vuelta para Castellón, y todo en breves horas, bajo la amenaza de que el puerto pudiera declararse sucio de un momento a otro, en cuyo caso habría tenido que regresar a Madrid; y, por de contado, con un calor tropical.
 
Así pasó unos cuantos días de mucha angustia, y no me olvidaré nunca de la ansiedad y de la fiebre de los dos últimos. Salimos mi mujer y yo la víspera del eclipse para Castellón de la Plana; la dejé en casa del jefe de Ingenieros, en compañía de la señora de éste; y pocas horas después, sin haber podido dormir aquella noche, monté a caballo y me dirigí al desierto de las Palmas, acompañado de un guía, porque era aquella tierra desconocida para mí.
 
Nos amaneció en el camino; salió el sol espléndido, sin sospechar que iba a eclipsarse dentro de algunas horas, y aun creo que ni después del eclipse se enteró, pues los seres que bogan en la plenitud de su majestad por las alturas, pocas veces se enteran, y es natural que no se enteren, de los eclipses y sombras que se presentan y corren por estas bajas tierras en que vivimos los demás mortales.
 
El día era hermosísimo, pero intolerable para quien no profese mis aficiones térmicas.
 
El calor era africano, la subida al desierto de las Palmas penosa, el viaje interminable, y además llevaba yo un resquemor muy molesto, porque antes de salir de Castellón mi mujer se había sentido algo mala; de suerte que, a medida que iba yo subiendo por la montaña, me iba sonando en los oídos la palabra ¡cólera!, y hasta me parecía ver escrito en negro sobre fuego y en rocas y matorrales la palabra fatídica.
 
Dirá el lector que dramatizo demasiado la escena; pero ¡qué remedio, si no tengo dramas mejores que ofrecerle! Y ahora, después de cuarenta y cuatro años, aquello no es nada: más bien es un recuerdo agradable y poético; pero entonces era una realidad muy angustiosa, porque hubiera podido tener desenlace trágico, y yo, que por ley de mi naturaleza soy aficionado al drama, los suelo forjar con mucho menos motivo para aplicarlos á mi persona y á mis cariños.

¡Es singular cómo lo pasado, por molesto, por desagradable, por triste que haya sido, se transforma á través del tiempo en algo simpático y poético!
 
No hay prosa que después de cincuenta años no se convierta en poesía. No hay cacharro viejo que con el transcurso de los siglos no se convierta en creación artística.
 
Tómese al ser más estúpido de los que hoy nos rodean, y, si pudiera conservársele con vida hasta dentro de quinientos años, sería el hombre más interesante de la nueva raza.
 
Pero demos de mano a la filosofía y volvamos a mi expedíción, que por entonces me parecía lastimosa, y que hoy la recuerdo llena de vida, de encanto y de hermosura; hasta la amenaza del cólera, que afortunadamente no tuvo consecuencias, se me antoja que le presta al recuerdo viva emoción e interés sumo.
 
Quedamos, pues, en que acompañado de mi guía, por una empinada cuesta, entre abrasadas montañas, bajo un sol africano, con una temperatura de 48 grados y sobre un mal jamelgo de Castellón, iba yo subiendo hacia el improvisado observatorio para ver cómo la luna se nos metía, lenta y maciza, entre el sol y la tierra.

Y la luna y el sol, sin sospecharlo siquiera.

Yo creo que éste es un buen fnal de acto: conque telón rápido.

 

José Echegaray (España, 1832-1916).
Obtuvo el premio Nobel compartido con Frédéric Mistral en 1904.
 
Las ilustraciones corresponden a las que aparecieron publicadad en The Ilustrated London News respecto al eclipse de sol que tuvo lugar el 18 de julio de 1860 en España.

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