(Fragmentos)
Durante
mucho tiempo los pueblos consideraron los fenómenos extraordinarios como
presagios de sucesos prósperos o adversos. Los historiadores romanos observaron
que un eclipse de sol acompañó el nacimiento de Rómulo, que otro anunció su
muerte y un tercero precedió la fundación de Roma.
En
el artículo Visión de Constantino hablaremos con detalle de la aparición de la
cruz que precedió al triunfo del cristianismo, y en el artículo Profecías trataremos
de la estrella nueva que apareció cuando el nacimiento de Jesús. Aquí nos
limitaremos a indicar que el mundo se cubrió de tinieblas en los momentos en
que expiraba el Salvador.
Los
escritores griegos y latinos de la Iglesia citan como auténticas dos cartas
atri- buidas a Dionisio el Areopagita, en las que refiere que encontrándose en
Heliópolis con su amigo Apolofano vieron de repente, hacia la hora sexta, que
la luna se colocaba bajo el sol, produciendo un gran eclipse. En seguida, cerca
de la hora nona, se apercibieron de que la luna abandonaba el sitio que ocupaba
para colocarse en la parte opuesta. Entonces tomaron las reglas de Felipe
Arideus y, tras examinar el curso de los astros, comprobaron que lógicamente el
sol no pudo producir un eclipse en aquel momento. Además, observaron que la
luna, contra su marcha natural, en vez de venir desde Occidente a colocarse
debajo del sol, llegó por la parte de Oriente y se volvió hacia atrás por la
misma parte. Esto hizo decir a Apolofano: «Estos son, mi querido Dionisio,
trueques divinos», a lo que Dionisio apostilló: «O el autor de la naturaleza
sufre, o la máquina del universo quedará pronto destruida».
Dionisio
añade que habiendo tomado nota de la hora y año en que se produjo ese prodigio,
y combinando todo ello con lo que Pablo dijo algún tiempo después, se rindió a
la evidencia de la verdad, al igual que su amigo. Así se originó la creencia de
que las tinieblas que oscurecieron el mundo en la muerte de Cristo fueron
producto de un eclipse sobrenatural, hasta que Maldonat dijo que ésta era la
opinión de los católicos. Era, en efecto, difícil oponerse a la declaración de
un testigo ocular, sabio e imparcial, porque entonces se supone que Dionisio
era todavía pagano.
(...)
No
se da crédito a los supuestos testimonios de Dionisio, Flegón y Thallus, y
reciente- mente se ha citado la historia de China en cuanto al gran eclipse de
sol que supusieron tuvo lugar contra todo pronóstico el año treinta y dos del
nacimiento de Jesucristo. La primera obra que lo menciona es una Historia de
China, que publicó en París en 1672 el jesuita Greslon. En el extracto que
incluyó el Diario de los sabios, el 2 de febrero de ese año, se encuentra el
siguiente pasaje:
«Los
anales de China refieren que en el mes de abril del año treinta y dos de
Jesucristo hubo un gran eclipse de sol, en contra de las leyes de la
naturaleza. Si ello fue verdad, ese eclipse podría ser muy bien el que ocurrió
durante la pasión de Jesucristo, que murió en el mes de abril según opinan
algunos autores. Por esto los misioneros que están en China ruegan a los
astrónomos de Europa que estudien si hubo o no eclipse en dichos mes y año, y
si pudo tener lugar en forma natural, porque probando esa circunstancia podrían
sacarse de ello grandes ventajas para convertir a los chinos.»
Uno
no acierta a comprender por qué pidieron a los matemáticos de Europa que
hicieran ese cálculo, cuando los jesuitas Adam, Shal y Verbiest, que reformaron
el calendario de China, calcularon los eclipses, los equinoccios y los
solsticios, y ellos pudieron hacer el cálculo. Además, si el eclipse que
refiere Greslon tuvo lugar contra las leyes de la naturaleza, ¿cómo era posible
calcularlo? Según confesión del jesuita Couplet, los chinos han incluido en sus
anales gran número de falsos eclipses, y el chino Yam Quemsiam, al contestar a
la Apología de la Religión Cristiana, que publicaron en China los jesuitas,
dice terminantemente que ese supuesto eclipse no consta en ninguna historia
china.
(...)
Orígenes
dice que no es extraño que los autores extranjeros no hablen de las tinieblas
que mencionan los evangelistas, porque sólo oscurecieron las cercanías de
Jerusalén, y según su opinión, con la palabra Judea se designa todo el mundo en
algunas partes de la Sagrada Escritura. Confiesa, por otra parte, que el pasaje
del Evangelio de Lucas, en el cual en su tiempo se decía que toda la tierra se
cubrió de tinieblas cuando se produjo el eclipse de sol, fue falsificado por
algún cristiano ignorante que creyó de esa manera descifrar mejor el texto del
evangelista, o por algún enemigo mal intencionado que con ese pretexto
pretendió calumniar a la Iglesia, como si los evangelistas hubieran querido
significar que había de producirse un eclipse en tiempo determinado, que era
obvio no podía tener lugar. «Es verdad -añade Orígenes- que Flegón dijo que
hubo un eclipse en la época de Tiberio pero al no decir que se produjo en luna
llena no tiene nada de prodigioso. Estas tinieblas -continúa diciendo Orígenes-
eran de la misma naturaleza que las que cubrieron Egipto en tiempos de Moisés y
que no llegaron hasta la región donde habitan los israelitas. Las tinieblas de
Egipto duraron tres días y las de Jerusalén sólo tres horas; las primeras
fueron una copia de las segundas, y así como Moisés, para atraerlas sobre Egipto,
elevó las manos al cielo e invocó al Señor, también Jesucristo, para cubrir de
tinieblas a Jerusalén, extendió las manos sobre la cruz para protestar del
pueblo ingrato que, amotinado en contra de él, gritó: Crucificadle,
crucificadle.»
Nosotros
terminaremos este artículo diciendo como Plutarco: Las tinieblas de la
superstición son más peligrosas que las de los eclipses.
Voltaire: François Marie Arouet (Francia, 1694-1778).
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