(Fragmento del capítulo VI)
El cielo estaba limpio y claro, a pesar de la presencia de un viento de siroco que desde primera hora de la mañana se había apoderado de la ciudad. Parecía imposible que bajo aquella temperatura húmeda y fría pidiera resistir aquel tísico y descolorido carnaval, que había dado comienzo esa misma noche con un primer baile de disfraces.
«¡Cómo me gustaría poder ser perro para mordisquear esas pantorrillas» pensaba Balli al ver que pasaban dos pierrettes con las piernas al descubierto.
Aquel carnaval, por lo que tiene de mezquino, le despertaba una inquina de tipo moralista. Aunque más tarde, hasta él mismo se iba a entregar a aquel baile de máscaras, inhibiéndose de aquella ira y dejándose embelesar por el lujo y el colorido. Mientras tanto, era consciente de estar asistiendo al preludio de una triste comedia. Aquel torbellino, que por poco tiempo iba a arrancar del aburrimiento de la vida vulgar al obrero, a la modista, o al pobre burgués para conducirlos luego al dolor, comenzaba a tomar forma. Vencidos, descarriados, algunos conseguirían volver a retomar los hábitos de la vida pesada, aunque con mayor gravedad; otros, sin embargo, no volverían a encontrar ya nunca la senda que les devolviera a la cuaresma.
Italo Svevo (Italia, 1861-1928).
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