"... como cubierta por una capa de maquillaje, como esa gente que se disfraza de negros en carnaval..."
(Fragmento)
Después su voz cesa. No porque se
niegue a pronunciar, repetir las mismas palabras, la burla, la ofensa, sino porque él (el viejo
sentado delante de ella) ha dejado ostensiblemente de escucharla, aunque siga mirando en su dirección
(ella dando la espalda a la puerta), con la cuchara otra vez detenida entre el plato y la boca,
pero pasando la mirada ahora por encima de ella, fija en algo -o en alguien- que ella no ve, que sin
duda queda a sus espaldas, y cuando ella se da vuelta también lo ve, ya no detrás de sí, sino a su
izquierda, pasando silenciosamente a lo largo del trinchero, penetrando en la zona iluminada: el
cuerpo enflaquecido, la cara también enflaquecida, y no atezada, sino, parece, como
ennegrecida, o mejor manchada por el sol, como cubierta por una capa de maquillaje, como esa gente que se
disfraza de negros en carnaval: no oscura, sino manchada, y tal vez grasa sucia en uno de los
pómulos huesudos y a través de la frente, pasando sobre los cabellos pálidos, apenas
diferenciables -las manchas, la grasa- del bronceado, los antebrazos, de pelos rubios descoloridos también por
el sol, sobresaliendo de las mangas arremangadas, sucios también por el bronceado y la grasa, y
extendidos ahora a un lado y otro del plato, el busto revestido de un mono manchado inclinado ahora
hacia adelante, la cabeza casi metida en el plato, el mentón rozando el borde, de manera que la
mano huesuda y fina que sostenía la cuchara sólo recorría en cada ida y venida un trayecto reducido
al mínimo (habiéndose sentado y llenado su plato sin decir una sola palabra, comiendo ahora con
esa especie de concentración, de avidez taciturna y metódica de los campesinos, la mirada del viejo
siempre fija en él), y, al cabo de un rato, el viejo, como si recordara de pronto su propia cuchara,
terminando el gesto suspendido, llevándosela a la boca y tragando, como quien dice por debajo
de su mirada, sin dejar ni un instante de observar a Georges, y la mano bajando, volviendo a hundir
la cuchara en lo que quedaba de sopa, pero quedándose allí, no volviendo a subir, la mirada
siempre fija en la cabeza de la que sólo se veían los cabellos rubios, casi mojándose en el plato, detrás la
cuchara en su vaivén metódico, y entonces Sabine carraspeando precipitadamente y
diciendo: «Pierre...», pero el hombre gordo sin inmutarse, enorme, paquidérmico, sin dejar de observar a
Georges, y Sabine de nuevo: «Pierre, por favor, sabes bien que...
Claude Simon (Francés nacido en Madagascar, 1913-2005). Obtuvo el premio Nobel en 1985.
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