"Surgen por todas partes bajo la pálida luz de la luna, encapuchados como monjes."
(Fragmento)
En
Alejandría el carnaval es un acontecimiento social, sin relación con ninguna de
las otras fiestas religiosas del calendario de la ciudad. Supongo que debe de
haber sido instituida por las tres o cuatro grandes familias católicas del
lugar -quizá tenían la impresión de identificarse a través de él, vicariamente,
con la otra orilla del Mediterráneo, con Venecia y Atenas-. Sin embargo no hay
en la actualidad familia rica -sea copra, musulmana o judía- que no posea un
armario lleno de dominós de terciopelo para esos tres días de locura. Después
de Año Nuevo es quizá la celebración cristiana más importante del año, pues la
norma vigente en esos tres días con sus noches es la del anonimato absoluto, el
anonimato conferido por el sinestro dominó de terciopelo negro que oculta la
identidad y el sexo, impide distinguir al hombre de la mujer, a la esposa del
amante, al amigo del enemigo.
En ese momento las más locas aberraciones de la
ciudad se manifiestan audazmente bajo la protección de los invisibles Señores
del Desgobierno que presiden la estación. No bien oscurece, las dos, luego en
pequeños grupos, a menudo acompañados de instrumentos musicales o tambores,
riendo y cantando camino de alguna gran casa o club nocturno donde el aire de
afectada indiferencia se funde en el calor negro del jazz, en el contrapunto
hosco, empalagador, de saxofones y tambores. Surgen por todas partes bajo la
pálida luz de la luna, encapuchados como monjes. El disfraz da a todos una
lúgubre y obsesiva uniformidad de contornos que inquieta a los egipcios
vestidos de blanco y los llena de alarma -el estremecimiento de un miedo
condimentado con la sal de las risas frenéticas que salen de las casas, y que
la ligera brisa de tierra lleva hasta los cafés de la costa; una alegría que
por su estridencia misma parece temblar siempre al borde de la
locura-.
Lentamente la luna azulada de la primavera se encarama sobre las casas,
trepa a los minaretes entre las palmeras restallantes, y con ella la ciudad
parece desplegarse como un animal que, terminado el invierno, sale de su cueva,
se estira empieza a beber la música de esos tres días de fiesta.
Lawrence Durrell (Inglés nacido en India y fallecido en Francia, 1912-1990).
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