Mardi Gras. La ciudad se vuelve
loca. Una fiebre se apodera de la ciudad cada año, el último martes antes del
Miércoles de Ceniza. “Martes gordo”. Una y otra vez, por cincuenta y tres años
ya, desde 1827, cuando la primera de estas celebraciones surgió de manera
espontánea, nadie sabe como. Una última aventura antes de que las austeridades
de la cuaresma comiencen, como si el mundo de la debilidad humana nunca se acabara y volviera a renovarse una y otra vez. La bacanal antes de retractarse para
justificar la penitencia.
No hay noche ni día. El resplandor de antorchas y
linternas a la largo de Canal y Royal, o las demás calles del centro de la ciudad,
ilumina con la luz rojiza del sol la medianoche, y durante el día las tiendas
permanecen cerradas, nada se compra y nada se vende. Nada excepto la alegría, y
esa se puede obtener gratis.
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