sábado, 13 de mayo de 2017

Carnaval: CADÁVERES SIN DISFRAZ


"... se presenta un asesinato ocurrido en el carnaval de Huejotzingo..."
 
«Van a asesinarme.» Besos, besos, a través del cartón humedecido. Labios fríos -sin vida, deduce ella-. No se entregará, si de esto se trata. Pierde el gorro de almirante, su novio no regresa con las copas. Se sofoca, la ahogan. Y comprende que su vida está en peligro.” En su relato La semana escarlata, que forma parte del volumen de cuentos fantásticos Tapioca Inn, mansión para fantasmas, publicado en 1952, Francisco Tario ubica la muerte de una joven de nombre Laura, en un baile de carnaval, como otro más de los crímenes cometidos por un asesino en serie, cuya búsqueda atormenta al detective Galisteo.
 
Mas he aquí que en el curso del duodécimo día que siguió a la Semana Escarlata, el cartero llamó violentamente a la puerta de la oficina de Galisteo. Un agente recibió el mensaje y lo trasladó sin demora a su jefe. Sobre una pesada mesa roble, rodeado de innumerables papeles, Galisteo examinaba lo que en términos penales se denomina el cuerpo del delito: la trágica máscara gris del suceso de Carnestolendas. Galisteo apartó su vista de las dos cuencas vacías que lo miraban y sostuvo entre sus dedos el sobre, en el cual aparecía una breve caligrafía femenina. Dudó, hizo señas a alguien de que se retirara y se dispuso a leer. Concluido el primer renglón, se detuvo. En seguida, se puso en pie. Aproximó la carta a la luz amarilla, tornó a sentarse echando atrás su cuerpo y se limpió el sudor de la frente.
 
Nunca se especifica el lugar preciso en que esto acontece y el autor describe su escenario urbano:
 
La Semana Escarlata implicaba, pues, de hecho algo especialmente importante que expresaba a maravilla el terror e incertidumbre en que vivía la ciudad por aquellos días. Incluso, en el extranjero llamaría la atención el asunto. Y eso estaba bien, desde luego. Como que aligeraba la angustia, exhibiendo abierta la herida por donde una ciudad de noventa mil habitantes respiraba ahogadamente, con los dedos helados de frío.
 
A esa misma época pertenece también La muerte se divierte, de María Luisa Bermúdez, que es descrito por Jorge Palafox Cabrera en Letras asesinas: Historia de la literatura policial mexicana (1930-1960):
 
"La siempre defensora del policial clásico, critica y teórica del género en México, María Elvira Bermúdez, es quizá, quien mayor espacio tuvo en otros medios, no solo con sus textos serios (que no eran más que relatos de carácter fantástico, dramas románticos o judiciales en que se maneja un poco la psicología del protagonista, así como una notoria critica al sistema judicial que muchas veces no es tan justo o imparcial como se quiere mostrar), sino con sus narraciones policiales. De esa manera encontramos que en la Revista Mexicana de Cultura (suplemento dominical de El Nacional) del 4 de febrero de 1951 publicó el cuento La muerte se divierte. Narración que se desarrolla en el Puerto de Veracruz, en tiempo de carnaval y nos muestra como Teodoro Escobedo planea y ejecuta (al menos así cree durante todo el relato) el asesinato de su primo Alejandro, todo ello encubierto por los disfraces de carnaval, el gentío y una coartada que parecía perfecta. Sin embargo, poco después ve a su primo con vida y al enfrentarlo, Alejandro le demuestra el error que cometió, pues asesinó a otra persona, dejándole como única salida, el entregarse a la policía.”
 
En 2006 apareció Quizá otros labios, novela de Juan Hernández Luna, a la que se refiere  Manuel Rodríguez Lozano en su ensayo Huellas del relato policial en México:
 
El modo en que abre Quizá otros labios, parece un guiño a las novelas de Raymond Chandler o James Ellroy, por citar dos referencias importantes del desarrollo del policial duro en Estados Unidos, que ubican su obra en Los Ángeles, ya que en la primera página se describen los hechos en «Los Ángeles 1955», y se hace presente la figura de James Dean. En el siguiente capítulo, y ya en el presente, se presenta un asesinato ocurrido en el carnaval de Huejotzingo, mientras el protagonista Enrique Mejía «alias el Cuervo», chofer de un taxi, medita sobre su vida y su separación de Eloísa. Todo ello en Puebla. Estos dos momentos se convierten en el pivote desde el cual la narración toma un impulso con acciones más ad hoc al tipo de texto propuesto. Las persecuciones por la ciudad de Puebla, la aparición de figuras del circo –unos enanos, un payaso, etcétera–, la presencia de personajes femeninos inmersos en la pasión, son medios que logran un mosaico social en el que sobresalen héroes como Enrique Mejía que resuelven el caso.”
 
Aunque ni en Balas de plata, publicada en 2008, de Élmer Mendoza ni en Decir adiós es morir un poco, de mi autoría, se comete un crimen en pleno carnaval, incluyo su referencia porque ambas pertenecen al género de la novela negra y se menciona al carnaval. El siguiente diálogo tiene lugar en la primera:
 
Mendieta caminó hacia el interior, Robles, un joven policía, cubría de momento la recepción. ¿Llegó Ortega? No, señor, la que está es su acople, qué linda, ¿no? ¿Votarías por ella para reina del carnaval de Mazatlán? Hasta recolecto dinero si quiere, sonrieron.”
 
En tanto que en Decir adiós es morir un poco el personaje de Diana ha tenido que huir de la ciudad de México y llama al protagonista, Felipe Mar Law, desde Mazatlán, “Sugiere que la visites durante el carnaval, aunque sea para pasar esos días juntos” y eso le remite al recuerdo de su infancia en Tampico: “En tu tierra también se festeja el carnaval. Cuando eras pequeño tus padres te llevaban a ver los carros alegóricos y las comparsas”.
 
Y para cerrar esta breve antología de narraciones que refieren algún crimen durante el festejo del carnaval en diferentes lugares de México, me permitiré una breve alusión a Mi caballo, mi perro y mi rifle, de José Rubén Romero, ya que aun cuando es ajena al género que nos ocupa y se inscribe en la llamada literatura de la revolución, sus personajes elaboran un plan bien sencillo: había que preparar un  torito de petate, y unos tocando guitarras, otros los violines y otros disfrazados de maringuías, caer en Ario como una de tantas comparsas en los festejos del Carnaval”, cuando: “Era el martes de Carnaval y, por seguir los pasos de  nuestra comparsa, la tarde se revistió también con todos sus colorines”. Ignacio, quien se ha quedado ciego, se encamina a una muerte inevitable en el enfrentamiento con los federales.
 
Los tiros agujereaban el traje blanco de las paredes, silbando a nuestro rededor, con su trágica sirenita. Don Ignacio descendía con lentitud, la cabeza descubierta, los ojos inmóviles, como los de las esculturas, y un grito quebrado y ronco en la boca:
 
- ¡Abajo los ricos! ¡Vivan los pobres, los po...!
 
De pronto se detuvo, abrió los brazos y cayó de espaldas sobre las piedras de la calle.
 
Estos han sido, entonces, unos cuantos muertos en los carnavales de Veracruz, Mazatlán, Huejotzingo y Ario de Rosales, en el estado de Michoacán. De tal manera que no sólo se entierra al mal humor en esas fechas.
 

Jules Etienne

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