viernes, 31 de marzo de 2017

Carnaval: LA EDAD DE LA INOCENCIA, de Edith Wharton

"... todo le había parecido irreal como un carnaval. Esas extrañas mujeres cosmopolitas..."
 
(Fragmento del capítulo 20)
Sólo una vez, justo después de terminar Harvard, pasó unas semanas alegres en Florencia con un grupo de extraños norteamericanos europeizados, bailando toda la noche en palacios de damas con títulos nobiliarios, y jugando gran parte del día con los libertinos y los petimetres del club de moda. Pero, a pesar de ser lo más entretenido del mundo, todo le había parecido irreal como un carnaval. Esas extrañas mujeres cosmopolitas, sumergidas en complicados asuntos amorosos que al parecer necesitaban relatar al primero que encontraban, y aquellos magníficos oficiales jóvenes y los avejentados caballeros con un ingenio de la peor clase que eran los objetos o los depositarios de sus confidencias, eran demasiado diferentes de la gente entre la cual Archer había crecido y demasiado parecidas a las plantas caras y malolientes de los invernaderos exóticos, como para atraer su imaginación por mucho tiempo. No pretendería jamás introducir a su esposa en semejante sociedad; pero durante sus viajes ninguna otra había demostrado interés en su compañía.
 
Edith Wharton (Estados Unidos, 1862-1937) 

jueves, 30 de marzo de 2017

Carnaval: LA EXPIACIÓN, de Silvina Ocampo


"... en la semana de carnaval descubrí (...) ese muñeco hecho de estopa, con grandes ojos azules..." 

(Fragmento)

Ruperto, ignorando la mala impresión que causaban sus visitas, venía con la misma frecuencia y con los mismos hábitos. A veces, cuando yo me retiraba del patio para evitar sus miradas, mi marido con algún pretexto me hacía volver. Pensé que de algún modo le agradaba aquello que tanto le desagradaba. Las miradas de Ruperto me parecían ya obscenas, me desnudaban bajo la sombra del parral, me ordenaban actos inconfesables cuando a la caída de la tarde una brisa fresca acariciaba mis mejillas. Antonio, en cambio, nunca me miraba o fingía no mirarme, según me lo aseguraba Cleóbula. No haberlo conocido, no haberme casado con él, ni conocido sus caricias, para volver a encontrarlo, a descubrirlo, a entregarme a él, fue durante un tiempo uno de mis deseos más ardientes. ¿Pero quién recupera lo que ya perdió?

Me incorporé, me dolían las piernas. No me gusta estar quieta tanto tiempo. ¡Qué envidia tengo a los pájaros que vuelan! Pero los canarios me dan pena. Parece que sufrieran cuando obedecen.

Antonio no trataba de evitar las visitas de Ruperto: por lo contrario, las fomentaba. Durante los días de carnaval llegó al extremo de invitarlo a quedarse en nuestra casa, una noche en que se demoró hasta muy tarde. Tuvimos que alojarlo en el cuarto que Antonio ocupaba provisoriamente. Aquella noche, como la cosa más natural del mundo, volvimos a dormir juntos, mi marido y yo, en la cama de matrimonio. Mi vida se encauzó de nuevo desde aquel momento en su antigua normalidad; así lo creí, al menos.

Vislumbré en un rincón, debajo de la mesa de luz, el famoso muñeco. Pensé que podría recogerlo. Como si hubiese hecho un ademán, Antonio me dijo:

-No te muevas.

Recordé aquel día en que al acomodar los cuartos, en la semana de carnaval, descubrí, para mal de mis pecados, arrumbado sobre el armario de Antonio, ese muñeco hecho de estopa, con grandes ojos azules, de un material blando, como de género, con dos círculos oscuros en el centro, imitando las pupilas. Vestido de gaucho hubiera servido de adorno en nuestro dormitorio. Riendo se lo mostré a Antonio, que me lo quitó de las manos con fastidio.

-Es un recuerdo de infancia -me dijo-. No me gusta que toques mis cosas.
 
Silvina Ocampo (Argentina, 1903-1993)
El texto íntegro se puede leer en Ciudad Seva

miércoles, 29 de marzo de 2017

Carnaval: DAVID GOLDER, de Irène Némirovsky

"... la calle de Niza en aquella noche de Carnaval, llena de máscaras que pasaban cantando..."
 
(Fragmento del capítulo XVIII)
 
- ¡Antes! -repitió ella-, ¿sabes cuántos años hace?... Es espantoso...
 
- Cerca de veinte años.
 
- Desde 1901. Fue en el carnaval de Niza de 1901. ¡Veinticinco años!
 
- Sí -murmuró él-, una extranjerita extraviada en las calles, con su sombrero de paja, su vestido sencillo... ¡Qué pronto cambió todo aquello!
 
- Entonces me querías... y... Ahora no tienes cariño más que al dinero... Ya lo sé, ya... Si no fuese por mi dinero.
 
Él se encogió de hombros.
 
- ¡Chitón! ¡Chitón! No te enfades, que te pones más vieja... y esta noche me siento muy tierno... ¿Te acuerdas, Gloria?
 
- Sí.
 
Callaron ambos, evocando al mismo tiempo, sin duda, la calle de Niza en aquella noche de Carnaval, llena de máscaras que pasaban cantando; las palmeras, la luna, el vocerío de la muchedumbre en la plaza de Masséna..., su juventud..., la hermosa noche, voluptuosa y fácil, como una romanza napolitana...
 
 
 Irène Némirovsky
(Escritora en lengua francesa nacida en Rusia y muerta en Auschwitz, 1903-1942).

La ilustración corresponde a una tarjeta postal del carnaval de Niza. 

martes, 28 de marzo de 2017

Carnaval: ORLANDO, de Virginia Woolf

"... y lo cambió en un parque de diversiones, con glorietas, laberintos, alamedas y barracones de feria."
 
(Fragmento del capítulo Uno)
 
Pero mientras el campo sufría una extrema indigencia, y el comercio del país estaba paralizado, Londres gozó de un Carnaval por demás brillante. La Corte estaba en Greenwich; y el nuevo rey aprovechó la oportunidad que su coronación le daba para congraciarse con los ciudadanos. A su costo, hizo barrer y decorar el río (que estaba helado hasta unos veinte pies de profundidad y una anchura de seis o de siete millas), y lo cambió en un parque de diversiones, con glorietas, laberintos, alamedas y barracones de feria. Reservó para él y sus cortesanos un recinto frente a las puertas de Palacio; que, vedado al público por un cordón de seda, fue inmediatamente el centro de la más brillante sociedad de Inglaterra. Grandes hombres de Estado, con sus barbas y sus gorgueras, despachaban asuntos oficiales bajo el toldo carmesí de la Pagoda Real. En glorietas rayadas coronadas de plumas de avestruz, los militares concertaban la conquista del moro y la caída del turco. Los almirantes recorrían de arriba abajo los angostos senderos, telescopio en mano, barriendo el horizonte y refiriendo historias de los hielos boreales de América y de la Gran Armada. Los amantes se demoraban en los divanes tendidos de pieles de marta. Cataratas de rosas escarchadas se desprendían cuando paseaba la Reina con sus damas. En el aire se cernían, inmóviles, globos de colores. Aquí y allá ardían vastas fogatas de madera de cedro y de roble, profusamente salada, para que las llamas fueran de fuego verde, anaranjado, y purpúreo. Ardían ferozmente pero su calor no bastaba a derretir el hielo que, aunque de transparencia singular, tenía la dureza del acero. Era tan límpido que se veían, congelados a una profundidad de varios pies, aquí un puerco marino, allá un lenguado. Cardúmenes de anguilas yacían sin movimiento, y los filósofos perplejos se preguntaban si estaban muertas o si era una simple suspensión de vida que reanimaría el calor.
 
Cerca del Puente de Londres, donde el río estaba helado hasta unas veinte brazas de profundidad, se veía claramente un bote en el fondo, donde había naufragado el último otoño, cargado de manzanas. La vieja del bote, que traía su fruta al mercado de la ribera de Surrey, estaba sentada entre su guardainfante y sus chales con la falda llena de manzanas, como si fuera a atender a un cliente, aunque cierto tinte azulado de los labios insinuaba la verdad. Era un espectáculo que le agradaba particularmente al Rey Jaime y solía traer a sus cortesanos a que lo contemplaran con él. En una palabra, nada podía superar el brillo y la alegría de la escena durante el día. Pero era por la noche cuando el Carnaval alcanzaba su apogeo. Porque la escarcha seguía intacta; las noches eran de perfecta quietud, la luna y las estrellas ardían con la dura fijeza de los diamantes, y al fino compás de la flauta y de la trompeta bailaban los cortesanos.
 

Virginia Woolf (Inglaterra, 1882-1941)

lunes, 27 de marzo de 2017

Carnaval: PLATERO Y YO, de Juan Ramón Jiménez


Capítulo ciento veintiséis

Carnaval
 
¡Qué guapo está hoy Platero! Es lunes de Carnaval, y los niños, que se han disfrazado vistosamente de toreros, de payasos y de majos, le han puesto el aparejo moruno, todo bordado, en rojo, verde, blanco y amarillo, de recargados arabescos. Agua, sol y frío. Los redondos papelillos de colores van rodando paralelamente por la acera, al viento agudo de la tarde, y las máscaras, ateridas, hacen bolsillos de cualquier cosa para las manos azules. Cuando hemos llegado a la plaza, unas mujeres vestidas de locas, con largas camisas blancas, coronados los negros y sueltos cabellos con guirnaldas de hojas verdes, han cogido a Platero en medio de su coro bullanguero y, unidas por las manos, han girado alegremente en torno de él. Platero, indeciso, yergue las orejas, alza la cabeza y, como un alacrán cercado por el fuego, intenta, nervioso, huir por doquiera. Pero, como es tan pequeño, las locas no lo temen y siguen girando, cantando y riendo a su alrededor. Los chiquillos, viéndolo cautivo, rebuznan para que él rebuzne. Toda la plaza es ya un concierto altivo de metal amarillo, de rebuznos, de risas, de coplas, de panderetas y almireces... Por fin, Platero, decidido igual que un hombre, rompe el corro y se viene a mí trotando y llorando, caído el lujoso aparejo. Como yo, no quiere nada con los Carnavales... No servimos para estas cosas...
 
 
Juan Ramón Jiménez (España, 1881-1958). Obtuvo el premio Nobel en 1956.

domingo, 26 de marzo de 2017

Carnaval: OPINIONES DE UN PAYASO, de Heinrich Böll

 
(Fragmento)

Hacía frío fuera, un anochecer de marzo. Me subí el cuello de la chaqueta, me puse el sombrero, palpé en el bolsillo mi último cigarrillo. Me acordé de la botella de coñac, hubiera sido decorativa, pero un antídoto para la generosidad: era una marca cara y el corcho era característico. Con el almohadón bajo el brazo izquierdo y la guitarra bajo el derecho, me encaminé una vez más a la estación. Noté los primeros indicios de que estábamos en el momento del año que aquí llaman "de los locos". Un joven borracho y disfrazado de Fidel Castro quiso empujarme, pero le esquivé. En la escalera de la estación aguardaba un grupo de toreros y de mujeres con mantilla. Había olvidado que estábamos en carnaval. Tanto mejor. Un profesional pasa inadvertido entre aficionados.
 
 
Heinrich Böll (Alemania, 1917-1985). Obtuvo el premio Nobel en 1972.

sábado, 25 de marzo de 2017

Carnaval: TRES TRISTES TIGRES, de Guillermo Cabrera Infante

 
(Fragmento)
 
La dejé hablal así na ma que pa dale coldel y cuando se cansó de metel su descaiga yo le dije no que va vieja, tu etás muy equivocada de la vida (así mimo), pero muy equivocada: yo rialmente lo que quiero e divestime y dígole, no me voy a pasal la vida como una momia aquí metía en una tumba désas en que cerraban lo farallone y esa gente, que por fin e que yo no soy una antigua, y por mi madre santa te lo juro que no me queo vestía y sin bailal, qué va: primero vilgen, y entonse ella que me dise, tú, me dise así, moviendo su manito parriba y pabajo, de lo más picúa ella, díseme, tú te puededil-aonde-te-de-la-gana, que yo no te voy paral ni ponel freno: por finés que yo no soy tu madre, me oíte, me dice poniéndose su manito así al revés sobre la bemba negra que tiene y gritándome en el mismo oído que por poco que me rompe el témpano, y dígole lo que pasa señora (sí sí de señoreo y to, que yo sé cuándo botarme de fisna) e que uté no sabe vivil el momento y la vida se le base dificilísima o séase que ya etá muy antañona pa comprendel-me, y me replica con su dalequedale: si tú te puedil cuando te de la rial gana, eta niña, que a mi no me impolta nada de nada de tu vida ni de lo que haga con lo que tiene entre la pierna que eso e asunto tuyo y del otro y no llevo papeleta en esa rifa, así que arranca pallá cuando quiera que paluego e talde, y dígole, digo, pero mijita que confundía, pero que confundía etás tu: quien te dijo, dígole, que el carnaval e un hombre, ademá bailal no e delito, dígole y me dise, bueno enún final yo no te tengo amarrá ni con pendón de cantidá y ya me miba subiendo con tanto insulto, casi con mi nueve punto, y le digo, dígole, nada ma que se vive una ve, miamiga, y hay que sabelo hasel que eso e también una siensia te enterate? y ella va y me dise, cucha cucha ahí tiene tu musiquita y tu bailoteo y tu revolvimiento: vete cuanto tú quiera, ahora o-y-e-l-o bien, te va y no vuelve má, en eta casa tú no vuelva polque tevasencontlal la puelta trancó y con candao y si te queda nel pasillo traigo la encargá pa que te bote de la asesoria mira como e la cosa, me oite, y ya yo que toy metía en la piña de a mil y que oigo que, fetivamente, la música viene con su rimmo y su sandunganga y su bombobombo, casi como polequina, le digo hay hija pero qué apurativa tú ere: cálmate cálmate mi vida o toma pasiflorina y que e lo que hase eta hija de, mira déjame callame, coje así y no dise ma nada nada nada pero nada y e da lepalda y yo cojo así, con la mima, miestola y mi carterita y doy un paso, e, y otro paso, e, y otro paso, ey, y ya etoy en la puelta y cojo y me viro, así, rápida, como Betedavi y le digo, dígole, óyeme bien lo que te voy adesil: nada más que se vive una ve, me oíte, dígole, así gritando al paltil un pulmón: nada má que se vive una ve, dígole, y cuando me muera se murió el carnaval y se murió la música y se murió la alegría y e polque se murió la vida, me entendite, le digo dígole, polque éta que etá aquí, Magalena Crús, vastar del otro lao y de allí pacá sí que no se ve nada ni se oye nada y entonse, mivida, se acabó el acabóse, me oíte, le digo y entonse ella base así, muy dinna, que se me vira de medio lao y se me queda de pesfil y va y me dise muchachita, que tú ere la abogá del casnaval, me dise. Acabate dil de una ve, díjome.
 
 
Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929-2005)

viernes, 24 de marzo de 2017

Carnaval: LOS ESCÁNDALOS DE CROME, de Aldous Huxley


"... y más vagamente aún con caro-carnis y sus derivados, como carnaval y carnación. Carminativo..."
(Fragmento)
- Se sufre mucho -continúo Dionisio- con eso de que las bellas palabras no significan nunca lo que deberían significar. No hace mucho, por ejemplo, se me ha echado a perder todo un poema, precisamente porque la palabra carminativo no significa lo que debería significar. Carminativo es admirable, ¿no es cierto?
- Admirable -asintío Mr. Scogan-. Pero, ¿qué significa?
- Es una palabra que yo había atesorado desde mi primera infancia -dijo Dionisio-, atesorado y amado. En mi casa me daban esencia de canela, cuando me hallaba resfriado -remedio inútil, pero no desagradable-. La vertían gota a gota, de unos frascos estrechos, en forma de dorado licor, fuerte y ardiente. En el rótulo había una lista de sus virtudes y entre otras cosas se decía que era en alto grado carminativo. Yo adoraba aquella palabra. "¿Será carminativo?", acostumbraba a decirme cuando tomaba mi dosis. Me parecía una palabra tan maravillosa para expresar aquella sensación de calor interior; aquel ardor, aquella -¿cómo lo diré?- satisfacción física que sentía después de beberme la canela. Más tarde, cuando descubrí el alcohol, la palabra carminativo expresaba para mí aquel ardor semejante pero más noble, más espiritual, que produce el vino, no sólo en el cuerpo, sino también el alma. Las virtudes carminativas del Borgoña, del ron, del viejo brandy, del Lacryma Christi, del Marsala, del Aleático, de la cerveza fuerte, de la ginebra, del champaña, del clarete, del crudo vino nuevo de las vendimias toscanas -yo las comparaba, las clasificaba-. El Marsala es rosadamente, aterciopeladamente carminativo; la ginebra pica y refresca al mismo tiempo que enardece. Me había formado toda una tabla de valores de carminación. Y ahora -Dionisio extendió las manos con las palmas hacia adelante, desesperado-, ahora ya sé lo que realmente quiere decir carminativo.

- Y bien ¿qué significa? -preguntó Mr Scogan, algo impaciente.

- Carminativo -dijo Dionisio, deteniéndose amorosamente en casa silaba-, carminativo. Yo vagamente imaginaba que tendría alguna relación con carmen-carminis, y más vagamente aún con caro-carnis y sus derivados, como carnaval y carnación. Carminativo... contenía la idea de canto, y la idea de carne sonrosada y cálida, con una evocación de las alegrías de la mi-Carême y las fiestas carnavalescas de Venecia. Carminativo... el calor, el ardor, el interior bienestar, todo ello estaba comprendido en aquella palabra. Y en lugar de eso...

- ¡Al grano, querido Dionisio! -protestó Mr. Scogan-. ¡Al grano!

- Pues bien, el otro día escribí un poema, -dijo Dionisio- escribí un poema sobre los efectos del amor.

- Otros han hecho lo mismo antes que usted -dijo Mr Scogan-. No hay motivo para avergonzarse.

- Yo quería expresar la idea -continuó Dionisio- de que los efectos del amor eran con frecuencia semejantes a los efectos del vino, esto es, que Eros podía embriagar lo mismo que Baco. El amor, por ejemplo, es esencialmente carminativo. Nos da la sensación de calor, de ardor...

Y la pasión, carminativa como el vino...

"Eso fue lo que yo escribí. No sólo el verso resultaba elegantemente sonoro; era también, me complacía en ello, muy propio y concisamente expresivo. La palabra carminativo, lo comprendía todo, ofrecía un primer plano detallado, exacto, y un inmenso, indefinido hinterland de sugestión.

Y la pasión, carminativa como el vino...

"En fin, que no me desagradaba. Y luego, de pronto, se me ocurre que, en realidad, yo no había nunca mirado aquella palabra en el diccionario. Carminativo había crecido, conmigo desde los tiempos del frasco de canela. Carminativo. Para mí, aquella palabra era tan rica de contenido como cualquier grandiosa y bien trabajada obra de arte; era un paisaje completo, con personajes y todo.

Y la pasión, carminativa como el vino...

"Era la primera vez que había confiado aquella palabra a la escritura, y sentía de pronto que necesitaba para ella una autoridad lexicográfica. Todo lo que tenía a mano era un pequeño diccionario inglés-alemán. Busqué la C, ca, car, carm. Allí estaba: Carminativo: Windtreibend. ¡Windtreibend! (¡Antiflatulento!) -repetía.
Mr. Scogan se echo a reír. Dionisio movió la cabeza.
- ¡Ah! -dijo- para mí aquello no era risible. Para mi señalaba el fin de un capítulo, la muerte de algo muy joven y precioso. En aquella palabra estaban contenidos los años de infancia y de inocencia -cuando yo creía que carminativo significaba, eso... carminativo. Y ahora, ante mi, yace el resto de mi vida-, un día, quizá diez años, medio siglo, durante los cuales ya sabré que carminativo significa windtreibend (Antiflatulento).
Plus ne suis ce qu j'ai été. Et ne le saurai jamais être.
- Es una revelación que le pone a uno meláncolico.
- Carminativo -dijo Mr. Scogan meditativamente.
- Carminativo -repitió Dionisio, y quedaron un momento silenciosos.
Aldous Huxley (Inglaterra, 1894-1963)

jueves, 23 de marzo de 2017

Carlos Fuentes: EL CARNAVAL EN BUSCA DE AUTOR (primera parte)

"... es el diablo quien organiza el carnaval..."

No es necesario ser un erudito ni tampoco un experto en la obra de Carlos Fuentes para advertir su naturaleza carnavalesca, por eso es que Yvette Jiménez de Báez, en Consolidación y transgresión desde la fiesta en La región más transparente, atribuye esa condición a la novela primigenia de Fuentes, al referirse al personaje de Lally –la amante de Bobó-, como “la reina del carnaval”, para después establecer cuando la narración “da un vuelco en espiral y regresa al comienzo. Los bongoseros de Lally establecen el contacto con el bongó del cabaret de Gladys. El espacio de ficción permite, por un breve lapso, el encuentro de los mundos escindidos. Se sucederán los signos liberadores.” Que sería justo la esencia misma del carnaval, durante cuya celebración los participantes se escapan de sus habituales códigos de conducta, así como de las jerarquías y convencionalismos inherentes, para entregarse a “un tipo particular de comunicación inconcebible en situaciones normales–de acuerdo con el teórico de la novela Mijail Bajtín.
 
Al margen de esa interpretación, también existen un par de alusiones al carnaval en La región más transparente, aunque en lenguaje figurado, cuando el personaje Manuel Zamacona afirma: “¿No ve usted a México descalabrado por ponerse a la par de Europa y los Estados Unidos? Pero si usted mismo me lo acaba de decir, licenciado. ¿No ve al porfirismo tratando de justificarse con la filosofía positivista, disfrazándonos a todos? ¿No ve usted que todo ha sido un carnaval, monárquico, liberal, comtiano, capitalista?” Y después, en el exaltado capítulo final de la novela, ... y las palabras mudas y los ojos brillantes de Ayutla: se ha corrido el telón sobre el carnaval, pero antes deben pagarse sus galas...
 
No como una reina pero sí la princesa del carnaval define a Priscila Holguín, personaje de Adán en Edén:
 
Ella, en cambio...
 
Era la Reina de la Primavera, paseaba a lo largo de la Reforma en un coche alegórico (ante la indiferencia, es cierto, de los peatones). Era la princesa del carnaval de Mazatlán (antes de pasar al princesado gemelo de Veracruz). Era la madrina de la cervecería Tezózomoc en beneficio de los asilos de ancianos. Inauguraba tiendas, cines, carreteras, spas, iglesias, cantinas... y no porque fuera la más bonita.
 
Por su parte, Adolfo Castañón define Cristóbal Nonato como un proyecto de novela carnaval y de narración polifónica”, mientras que Ramón López Castro estaría de acuerdo cuando afirma: “… pero donde el juego desacraliza y vuelve a veces al académico y amargo Ulises en el porvenir (por ende, portador de cierta esperanza), Cristóbal, como en un día de carnaval en donde el amo se disfraza de sirviente y el esclavo da las ordenanzas del día, donde lo mestizo se impone a lo europeo occidentalizado, a lo indígena, a lo africano. La fusión de la pesadilla mexicana con el sueño, la esperanza de la raza cósmica con pies de barro.” El siguiente es un párrafo que corresponde al cuarto capítulo, Los veneros del diablo:
 
CIRCO Y CIRCO
trascendencia de la romana demagogia que prometía, además, los maderos de sanjuán, quieren pan y no les dan, el santo olor de la panadería, pan con pan no sabe, pero ¡qué tal circo con circo? Ah, suspiró don Homero, el sentido del carnaval católico era cancelar el terror, aunque nuestro pariente Benítez diría que entre nuestros inditos es el diablo quien organiza el carnaval.
 
Kristine Ibsen en Memoria y deseo: Carlos Fuentes y el pacto de la lectura, asegura que la naturaleza carnavalesca de la obra no es, sin embargo, gratuita, pero dicho esto en referencia a Cambio de piel, una novela anterior a Cristóbal Nonato publicada en 1967, en la que el carnaval se menciona en múltiples ocasiones: la noche, al disfrazarnos, nos permitía decir la verdad, como en los carnavales...” O esta otra: “Lo malo no es ser puta. Es ser una puta poco profesional. Lo malo no es ser ladrón. Es ser un raterillo pinche. Lo malo no es ser criminal... Pero en fin, qué importa. Importan las odaliscas, el sideshow, el carnaval que nos divierta un poco.” Y algunas más hasta culminar con este párrafo sobre carnaval y cuaresma que incluye la participación del Rey Momo:

... las cabras con alas y cabezas de aves rapiegas y el tercer telón se aparta para revelar, al fin, la fusión esperada de ese arte increado que resuelve la tensión entre la vida popular y la leyenda cristiana: juegos infantiles, carnaval contra cuaresma, y Franz entra al escenario de la mano de su joven Lazarillo, el muchacho rubio, rengo, que aquí creció y conoce todos los secretos de la aldea: el secreto de la sensualidad prometida, pues sea carnaval, cuaresma o ronda, hartazgo, supresión o anhelo, todo se resuelve en aproximaciones, presencias o alejamiento frente a esa sensualidad que primero exorciza un rey de burlas, Momo con un ojo azul y el otro café, coronado por un basurero de mimbre, que muestra el cetro de una caña con dos peces muertos y es tirado por un monje archivista y una mujer y seguido por los niños con matracas que en la imagen superpuesta domina el proscenio con su juego de aros pero aquí, al fondo, sigue a este triste Rey Momo de batón gris y derrengada cofia blanca...

En su relato A la víbora de la mar, incluido en Cantar de ciegos y dedicado a Julio Cortázar, alguien propone: "¿La cola va a ser el tema de esta noche? Bien: supongamos que la gente es identificada por su cola y no por su cara." Por lo que el personaje de nombre Tommie le pregunta: "¿Cómo te reconoceré en el carnaval con esa mascarita en la cola?".

Continuaremos con esta somera revisión de los carnavales literarios presentes en la obra de Carlos Fuentes, en una segunda parte.
Jules Etienne