domingo, 14 de agosto de 2016

Canícula: FRANKIE Y LA BODA, de Carson McCullers

"Pero, como eran los días de la canícula, Charles no volvió."
 
(Fragmento)
 
Sólo eran las seis y media, y los minutos de la tarde brillaban como espejos. Había dejado de oírse el silbido que llegaba de afuera y en la cocina todo estaba en calma. Frankie estaba sentada frente a la puerta que daba al porche trasero. En un ángulo de la puerta había una gatera cuadrada, y junto a ella un platillo con leche agria de color lila. Al principio de la canícula el gato de Frankie había desaparecido. Y la canícula es así: son los días del final del verano en que por lo general no puede ocurrir nada, pero, si algo cambia, el cambio dura mientras duran los calores fuertes. Lo que se hizo no se deshace y si algo se hace mal no se corrige.
 
Aquel agosto, Berenice se rascó una picadura de mosquito en el brazo derecho y se le infectó: la herida no curaría hasta que terminara la canícula. Dos familias de cínifes de agosto habían elegido los ojos de John Henry para establecerse en ellos, y, por más que él pestañeara y se sacudiera, allí se quedaban. Luego desapareció Charles, el gato, Frankie no lo vio salir de casa, pero el 14 de agosto, por más que lo llamó para cenar, Charles no vino: se había marchado. Lo buscó por todas partes, y envió a John Henry a llamarle por su nombre por todas las calles del pueblo. Pero, como eran los días de la canícula, Charles no volvió. Todas las tardes Frankie decía exactamente unas mismas palabras a Berenice, y las respuestas eran siempre las mismas, de manera que ahora aquellas palabras eran como una aburrida tonada que canturreaban de memoria.
 
- Si por lo menos supiera adónde se ha ido...

- No te preocupes por ese viejo minino callejero. Ya te he dicho que no volverá.

- Charles no es callejero. Es casi un persa puro.

- Sí; tan persa como yo -decía Berenice. Me parece que ya no lo verás más.
 

Carson McCullers (Estados Unidos, 1917-1967)

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