Calor. Los abanicos de palmeras
y los abanicos de los platanales
se mecen lentamente,
inútilmente, bajo la luz que cae.
Todas las cosas son más reales, más humanas:
no hay mariposas azules ni tórtolas líricas,
apenas lagartijas
que se mueven casi líquidas
sobre la yerba brillosa.
A lo lejos, una última romántica
-una araponga metálica- abre
el pico de bronce en la atmósfera acústica.
Guilherme de Almeida (Brasil, 1890-1969)
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