"Las calles estaban repletas de gente, luces, carrozas, desfiles, bandas de música y muchachas disfrazadas."
(Fragmento)
(Fragmento)
- ¿De dónde eres?
-preguntó Charley.
- ¿A ti qué te
parece?
- Eres del Norte. Lo
digo por cómo hablas.
- Acertaste. Soy de Iowa, pero no voy a volver
allí nunca más... Es un asco de vida, macho, y no olvides que... «Mujeres de
placer»... Estoy marcada... En una época solía imaginarme que era una dama de
clase, hasta que una mañana me desperté y me di cuenta de que no era más que
una maldita puta.
¿Estuviste
alguna vez en Nueva York?
Ella negó con la
cabeza.
- No está mal esta
vida, siempre y cuando no te mezcles con los rufianes y la bebida —dijo,
absorta.
- Yo creo que voy
a partir para Nueva York después del Mardi Gras. Me parece que aquí es
imposible encontrar trabajo.
- Sin dinero, el
Mardi Gras es como un entierro.
- Mira, vine aquí
para verlo y supongo que lo mejor será que lo vea. Cuando la dejó ya había
amanecido. Ella lo acompañó hasta el pie de la escalera. Él le dio un beso y le
prometió que, si le recuperaba la chaqueta y el sombrero, le daría los diez dólares;
ella le pidió que volviera a pasar a las seis, pero que no se dejara ver en el
Trípoli porque el dueño era un tipo peligroso y lo estaría esperando.
Las calles de
viejas casas de estuco con balcones de hierro forjado parecían disolverse en
una niebla azulada. En algunos patios empezaban a afanarse en sus tareas
mulatas con mantillas. En el mercado grupos de negros viejos descargaban frutas
y verduras. Cuando regresó a la pensión, la panameña estaba en el balcón de su
cuarto con un plátano en la mano y diciendo «Ven, Polly... Ven, Polly» con una
vocecita atiplada. Desde el filo del tejado el loro le devolvía una mirada
vidriosa y farfullaba blandamente: «Yo bien aquí». «Polly no quiere comer»,
concluyó la panameña con una sonrisa apenada. Charley se encaramó a la baranda
e intentó agarrar el loro, pero éste dio un saltito atrás y todo lo que Charley
consiguió fue que le cayera una teja en la cabeza. «No quiere comer», repitió
tristemente la panameña. Charley le sonrió y se metió en su cuarto, donde se estiró
en la cama para quedar dormido.
Durante el Mardi
Gras caminó tanto que se le ampollaron los pies. Las calles estaban repletas de
gente, luces, carrozas, desfiles, bandas de música y muchachas disfrazadas. Se
le acercaron muchísimas chicas que con la misma facilidad se alejaban al
comprobar que no tenía un céntimo. Él gastaba el dinero lo más lentamente que
podía. Cuando lo vencía el hambre, entraba a un bar, pedía un vaso de cerveza y
comía todo lo que le daban para acompañarlo.
Al día siguiente
la muchedumbre comenzó a escasear; Charley ya no podía pagarse ni una cerveza.
El olor a melaza y el perfume de absenta que desde los bares del barrio francés
se derramaba sobre la atmósfera húmeda y pesada le despertaban repugnancia. No
sabía qué hacer con su cuerpo. Le faltaba voluntad para volver a apostarse en
la carretera y hacer autoestop. Se dirigió a la Western Union para
telegrafiarle a Jim pidiendo un préstamo, pero el empleado dijo que los
telegramas de demanda estaban prohibidos.
John Dos Passos (Estados Unidos, 1896-1970)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario