(Fragmento)
- Voy a abrir por Carnaval -dijo Esther confidencialmente a sus amigas,
que lo transmitieron al barón-, y voy a hacerle feliz como un gallo de
vitrina.
Aquella expresión se hizo proverbial en el mundillo de las cortesanas.
El barón se deshacı́a en infinidad de lamentaciones. Al igual que los
casados, hacı́a bastante el ridı́culo: empezaba a quejarse delante de sus ı́ntimos,
y se traslucı́a su descontento. A pesar de todo, Esther continuaba
concienzudamente en su papel de Pompadour del prı́ncipe de la Especulación.
Habı́a dado ya dos o tres veladas tan sólo para introducir a Lucien en la
casa. Lousteau, Rastignac, Du Tillet, Bixiou, Nathan y el conde de Bramboürg,
la flor de los calaveras, fueron los asiduos de la casa. Por último, Esther
aceptó como actrices de la comedia que representaba a Tullia, Florentine,
Fanny-Beaupré y Florine, dos actrices y dos bailarinas, y, además, a la señora
Du Val-Noble. No hay nada tan triste como la casa de una cortesana sin la sal
de la rivalidad y sin la diversidad en el vestir y en las fisonomı́as.
En seis
semanas Esther se convirtió en la más ingeniosa, en la más amena, en la más
hermosa y elegante de las mujeres de esa casta de parias que constituyen las
entretenidas. Desde su merecido pedestal saboreaba cuantos goces de la vanidad
seducen a las mujeres ordinarias, pero a la vez abrigaba un sentimiento secreto
de superioridad sobre su casta. Tenı́a en su interior una imagen de sı́ misma
que la hacı́a avergonzarse a la vez que la enaltecı́a, puesto que el momento de
su abdicación nunca dejaba de estar presente en su conciencia; ası́ pues, vivı́a
una especie de doble vida sintiendo lástima por su personaje. Sus sarcasmos reflejaban
el profundo desprecio que el ángel de amor encerrado en el alma de la cortesana
sentı́a hacia el papel infame y odioso que representaba su cuerpo. Esther,
espectadora y actriz, juez y reo a un tiempo, encarnaba la admirable ficción
de los cuentos árabes, en los que casi siempre aparece un ser sublime bajo la
figura de un ser degradado, y cuyo prototipo se encuentra, con el nombre de Nabucodonosor,
en el libro de los libros, en la Biblia. Habiéndose concedido un plazo de vida
hasta el dı́a siguiente a la infidelidad, la vı́ctima podı́a divertirse un poco
a costa del verdugo. Por otra parte, las informaciones recogidas por Esther sobre los medios solapadamente vergonzosos a los que el barón debía su colosal
fortuna, la libraron de todo escrúpulo, y se complació en representar el papel
de la diosa Até, la Venganza, de acuerdo con las palabras de Carlos. Se hacı́a
unas veces encantadora y otras aborrecible a aquel millonario, que sólo vivı́a
para ella. Cuando el barón llegaba a un grado de sufrimiento en que deseaba
bandonar a Esther, ésta se lo ganaba de nuevo con una escena de ternura.
Honoré de Balzac (Francia, 1799-1850)
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