"¿Tengo la culpa yo, oh tierra poblada de espinas, de ser un unicornio?"
Lo sé muy bien, soy de una timidez enfermiza,
estar en el mundo me es hierro, me es guijarro.
Hasta el agua, casi siempre mi aliada,
resbala seca y hostil contra estos labios
que la quisieran almendra y encaje;
al atardecer, bajo la luz
ambigua que todavía me permite
errar por la ciudad, el perfil de las nubes,
ese perfil suavísimo,
lacera brutalmente mi piel y me obliga
a huir gritando, a refugiarme bajo los portales.
Me aconsejan que viaje en subterráneo
para mayor seguridad,
o que me compre un sombrero de alas flotantes.
De nada vale que me hablen
con el tono que suscitan los niños,
yo miro hacia lo lejos donde sin embargo hay
una golondrina esperando para afilar sus tijeras en mi cuello.
Los consejeros municipales
han llegado a votar créditos para mi protección
la gente se preocupa por mí.
Gracias, señoras y señores, me gustaría retribuir tanta gentileza
con ternura y civilidad; desgraciadamente ustedes
estarán siempre allí y eso es acantilado a pique, máquina para moler la sombra,
insoportable exageración de una bondad armada a garras de coral.
Cada vez me parece más penoso complicar la existencia ajena, pero
no queda ninguna isla desierta, ninguna arboleda de mala fama,
ni quisiera un corralito para encerrarme en él, y, desde allí, mirar
a los demás bajo la luz de la alianza.
¿Tengo la culpa yo, oh tierra poblada de espinas, de ser un unicornio?
Julio Cortázar (Argentino nacido en Bruselas, Bélgica en 1914; y fallecido en París, Francia en 1984).
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