"Reposo encantador de la ciudad azul y rosa, suave como un plumón de pájaro, en medio de su laguna lechosa."
(Fragmento del capítulo X)
Aquí está la ciudad muy nítida, sus islas, sus
islotes, el mar y nuestra sombra nos sigue por las aguas como un gran pez. Venecia,
tesoro glorioso, ocupa el centro de espacios soleados por el ocaso y que
envuelve la bruma. Reposo encantador de la ciudad azul y rosa, suave como un
plumón de pájaro, en medio de su laguna lechosa. ¡Qué desgracia ser, sobre esta
tranquilidad, un pájaro tan ruidoso!
Respiro el aire marino, el aire de las
cimas y luego el éxtasis de la magia. Pasamos por encima del jardín que tanto
me había gustado en la víspera.
Entre cincuenta manuscritos, bajo el polvo de
antes de la guerra, tengo un viejo trabajo imperfecto acerca de los jardines de
Venecia. Cuántas investigaciones hice para nombrarlos; el de la Giudecca lleno
de rosas; el que no está lejos de la estación, el… Pero, olvidemos;
abandonémonos al placer presente, al placer de tomar una inteligencia perfecta
de las formas de Venecia, de su Gran Canal que serpentea y de toda la redecilla
de los canales menores. Mi mirada se sumerge maravillada a través de los rayos
del sol y los vapores del agua en la Plaza de San Marcos y en los diversos
cortes al fondo de los cuales se agita el encantador pueblo llano. Venecia
misma, en esa inmensidad clara, parece una frágil criatura de la que creo
sentir la respiración, la delicada palpitación. Pero ya se acaba el saborear el
placer de los pájaros. El prado ha reaparecido. Liliputienses blancos corren
por la hierba, han asido las cuerdas lanzadas, de nuevo somos prisioneros de la
gente de la tierra.
Maurice Barrès (Francia, 1862-1923).
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